Introducción.
La artista Mónica Mays (Madrid, 1990) estudió Antropología Cultural en la Universidad de Nueva Orleans y se graduó por la École Superieure des Arts Décoratifs de Estrasburgo. Además de haber recibido un MA del Sandberg Instituut de Amsterdam en 2017, fue merecedora del XVII Premio illy SustainArt. Su obra, desarrollada entre Madrid y Ámsterdam, comprende diferentes disciplinas y formatos entre la escultura, la pintura, la performance y la instalación. Mediante una propuesta siempre impregnada por un imaginario relativo a la finitud, la obsolescencia, la pérdida y la decrepitud, Mays trabaja la hibridación de materiales y la organicidad plástica en sus piezas. Su exposición “Fueled, Oasis, Fueled”, inaugurada el 7 de noviembre en la Galería Pedro Cera, puede visitarse hasta el 20 de diciembre de 2024.
El paraíso que perdimos.
Fue la filósofa estadounidense Donna Haraway quien dijo aquello de que “las máquinas están inquietantemente vivas y nosotros aterradoramente inertes”. Y quizás no le faltaba razón. La cierta sensación de valle inquietante que sentimos al aproximarnos a esa «zona intermedial» en que ya no es posible diferenciar lo animado de lo inanimado nos abruma y confirma algunos de los planteamientos que Freud introdujo en su texto Lo siniestro, de 1919. En nuestro tiempo, el de la era post-industrial, la conjugación y convergencia entre el maquinismo acelerado y la disolución de las formas del sujeto parecen prestar el contexto a una mayor ambigüedad y extrañamiento frente a la despersonalización y tecnificación de las formas de ser de nuestro tiempo. En un mundo donde el flujo económico moderno, el sistema expansivo de comercio global y los procesos de industrialización se han acelerado exponencialmente a costa de la enorme presión a la que se someten el cuerpo y el medio natural, el sujeto ha perdido claramente la centralidad. Su lugar, su posibilidad de ser, se ha esfumado frente a las lógicas contemporáneas de dominación y extracción de valor que reconfiguran constantemente nuestras relaciones con el mundo.
La rotundidad de este planteamiento parece ser compartido por Mónica Mays. Su proyecto “Fueled, Oasis, Fueled” viene precisamente a hacer alusión a una suerte de “pérdida del paraíso” –semejante a los términos e ideas que presentamos antes– y a la progresiva conversión de las materias primas en materiales de producción. A través de sus piezas escultóricas o instalativas, compuestas mediante la hibridación de materiales orgánicos e industriales, Mays parece señalar las semejanzas que existen entre el cuerpo orgánico y el cuerpo maquínico y cómo se puede comprender la posibilidad de conversión entre uno y otro. Las imágenes y simbología de las que hace uso vienen a incidir sobre la omnipresencia de los procesos industriales en la vida moderna y la relativa ficción que acompaña aún a la idea de “lo natural” en nuestros días.
Mays traza, con su propuesta, hilos de un interés mayúsculo. Desde la exploración de la plasticidad y de las posibilidades de modelación y conjugación de los diferentes materiales de los que hace uso, la artista elabora fantasmagóricos ensamblajes que dejan a la luz las ausencias y fragmentos de narrativas olvidadas en relación al uso de sus componentes. De este modo, Mays nos presenta objetos que han quedado despojados de su vida o función original –dependiendo de si son vistos primero como seres orgánicos inertes y luego como máquinas, o si se aprecian de forma inversa– y que ahora se muestran como un particular vestigio o eslabón de una cadena de conversión entre lo natural y la mercancía. Mays logra moldear y llevar a la materialidad las formas de dominación de lo industrial sobre lo orgánico en nuestro tiempo, presentando el resultado de la intromisión de la producción industrial en la naturaleza como una mutación que nos lleva a replantearnos la genealogía del objeto moderno.
Fotografía de Storyboard (Elysium) (2024), de Mónica Mays, en la Galería Pedro Cera.
Productos naturales, naturalezas producidas.
La puesta en escena de las obras de Mays no es una cualquiera; en ella coinciden un excelente montaje y una muy buena disposición de los elementos que pueblan las diferentes estancias de la exposición. Pero, más allá de ello, llama la atención la extraña tensión a la que las piezas someten al espacio expositivo. En un juego entre violencia y fragilidad, las diferentes salas parecen activarse y cobrar vida con las piezas, permitiendo así su lectura como un organismo complejo que nos engulle en una relación de reconocimiento mutuo.
Las obras expuestas, que parten de una cierta iconografía barroca para abordar problemáticas contemporáneas en torno a la configuración del deseo, la dominación y el control, bien podrían reconocerse bajo la categoría del “materialismo gótico” descrita por el filósofo Mark Fisher (1968-2017) en su tesis doctoral Constructos flatline. Sus diferentes obras están compuestas por piezas de fábricas y máquinas a las que parecen parasitar restos orgánicos y otras piezas de mobiliario doméstico anacrónico. De esta manera, se presenta una suerte de simbiosis que genera una impresión de doble naturaleza. Estos “matrimonios ilícitos” entre diferentes materialidades dan como resultado una obra biomórfica que juega a la ambivalencia y el paralelismo perverso entre lo vivo y lo muerto. Así, vemos piezas como Lubricados, tubos de combustión, vías de escape –vista en la imagen anterior– que bien podría parecer una especie de escorpión biomecánico o un vehículo cercano a la estética post-apocalíptica de la película Mad Max y el horror mecano-plástico de Titane. Pero este embalsamamiento biomecánico no queda ahí; sus obras hacen alusión a otras formas propias de la naturaleza: gusanos, pulmones, cabezas de ave, plantas… Esto queda claro también en su pieza menos escultórica –y quizás menos interesante– de la exposición, Storyboard (Elysium), situada en la planta baja de la galería.
Fotografía de Sans titre (1970), de Eva Hesse, en el Centre Pompidou de París.
La dudosa carnalidad de sus piezas parece darles vida, despertando tanta atracción como repulsión. No resulta entonces desconcertante el parecido de alguno de sus trabajos –por ejemplo, Caída, extraída, expulsada del paraíso– con obras como el Sans titre (1970) de Eva Hesse que tiene el Centre Pompidou de París. Estas obras, de apariencia vermiforme, parecen el resultado de una vida o naturaleza que se abre paso entre lo mecánico. Como flujos orgánicos y afectivos guiados a través de tubos de escape y tuberías, sus obras capturan lo que viene a ser el proceso de drenaje de un sistema vascular y sanguíneo que impregna el aire de un aroma ácido a grasa y combustible, y nos permiten atestiguar los ritmos evolutivos del turbo-capitalismo posmoderno.
Fotografía de Caída, extraída, expulsada del paraíso (2024), de Mónica Mays, en la Galería Pedro Cera.
En definitiva, la propuesta de Mays presenta una peculiar mezcla de perversión sádica y cuidado que produce tanta excitación y fascinación como una extraña vergüenza masoquista. En este horror corporal tan característico, se evocan imágenes piadosas mientras un casi irresistible erotismo nos reclama para acariciar los diferentes tejidos lubricados que dejan entrever un brillo metálico a su través. La envoltura de cataplasma que recubre esos miembros mecánicos amputados y la semidesnudez de sus tuberías nos permiten atisbar un jardín encantador que suspende nuestra incredulidad ante las certezas del desolador mundo que nos espera en un futuro no muy lejano.
¡Exótica fantasía la de acelerar nuestra deliciosa autodestrucción!
Darío Hernández. En Madrid, a 8 de diciembre de 2024.
“Fueled, Oasis, Fueled”, exposición individual de Mónica Mays.
Galería Pedro Cera. Calle de Barceló, 13. Madrid.
Del 7 de noviembre al 20 de diciembre de 2024.