Es sabido que el paisaje es una invención de la pintura. Salvo escasas alusiones al territorio domesticado por la agricultura o por la ganadería (geórgicas y bucólicas), los antiguos no tuvieron sensibilidad alguna para el paisaje. Uno puede leer con estupor la Odisea, observando cómo Ulises viaja por todo el Mediterráneo durante años, sin pararse a contemplar ni en una sola ocasión lo encantos del paisaje natural. Lo mismo pasa con el viaje de los argonautas: tampoco allí hay paisaje alguno, a pesar de que viajan desde el Mar Negro hasta Túnez, y de que recorren el Danubio hasta los Alpes, y descienden posteriormente por el Ródano. El paisaje no cultivado era percibido en la cultura antigua como hostil y peligroso, silva o éremos, pero no como un espacio de deleite o de contemplación.
Tampoco en la Edad Media encontramos sensibilidad alguna hacia el paisaje. Todavía en el s. XIV, cuando Francesco Petrarca asciende junto con su hermano al Mont Ventoux, lo que divisa desde lo alto es nada menos que la literatura Provenzal, al Norte, y la literatura clásica latina, cuando mira hacia el Sur. De hecho, para el viaje lleva consigo las Confesiones de San Agustín y, cuando alcanza la cima, las abre accidentalmente por un pasaje que dice: “no vayas fuera de ti, permanece en ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad”. No hay por tanto nada que ver desde lo alto del Monte Ventoso, sino lo que uno ya lleva consigo.
Cien años más tarde, Leonardo da Vinci sube al Monte Rosa, y allí, con mirada de pintor, se interroga por los fenómenos atmosféricos, por los cambios cromáticos de las luces, desde el amanecer hasta el crepúsculo, así como por la variación de la vegetación, a medida que uno asciende en la montaña. De hecho, Leonardo es uno de los primeros artistas de los que conservamos un auténtico paisaje. Antes de él no existía seguramente tal cosa, ni posibilidad de contemplarla. Pues es cierto que el paisaje es una invención de la pintura. Pero es sobre todo con la prohibición protestante de la representación de las imágenes en las iglesias, y con el orgullo de los holandeses de haberle ganado su territorio al mar, con lo que aparece históricamente el verdadero paisajismo como tema de la pintura y de la literatura. La pintura holandesa de paisajes, repleta de vacas, de acequias, presas y molinos, es un doble canto al heroísmo de la conquista de la tierra, pero también un modo indirecto de mostrar la imagen de Dios, a través de sus creaciones. El paisajismo romántico supuso por su parte el descubrimiento de la belleza de lo inhóspito: las altas montañas y los profundos abismos, las tormentas y las tempestades se convirtieron en el objeto de fascinación de una nueva sensibilidad. E incluso la renovación de la pintura y la aparición de la abstracción se produjo a través de esta obsesión por un nuevo paisaje. No hay más que ver los múltiples paisajes de Klee y de Kandinsky, antes de dar el paso a la abstracción. Lo mismo que los paisajes de Horta de Ebro son, en Picasso, inmediatamente anteriores al primer cubismo.
Pero, siendo el paisaje algo tan eminentemente pictórico, resultaba chocante que se pudiera manifestar también de modo sonoro en la música. Es cierto que los músicos que desarrollaron un cierto paisajismo musical, como Debussy, lo hacían bajo la advocación de una tradición pictoricista, como el impresionismo. Pero parece en cualquier caso imposible abordar la idea del paisaje de otro modo que no sea específicamente visual.
Y sin embargo, Carlos de Hita lleva ya más de treinta años haciéndolo, registrando el sonido de la naturaleza en sus grabaciones. Ajeno o indiferente tanto a la tradición pictórica, como a la tradición musical del paisaje, se centra en el registro sonoro de los vientos, de los bosques y los mares, tratando de escuchar la naturaleza no colonizada por el hombre. Ha viajado por toda España, por África y América registrando con sus micrófonos los sonidos animales, las distintas especies (aves, reptiles, mamíferos, anfibios) e incluso los distintos espacios, convirtiéndose con ello en un verdadero y original paisajista.
En su pieza titulada “A todos los vientos”, una instalación sonora, expuesta en el Palacio de Quintanar de Segovia, consigue impresionar al espectador con una hermosa grabación que se sirve del viento como hilo conductor. Pájaros y lobos, tormentas y oleajes, acompañados de la representación gráfica de su sonido en la pantalla, configuran una verdadera renovación de la idea del paisaje.
Carlos de Hita, “A todos los vientos”.
Instalación audiovisual sobre los paisajes sonoros creados por el viento. En el contexto de la exposición “Identidades”, Palacio de Quintanar, Segovia, de diciembre de 2020 a febrero de 2021.