El día 15 de mayo se estrena en España Una nueva amiga, último trabajo del controvertido director francés François Ozon. Se trata de la adaptación de un relato de Ruth Rendell. Comedia romántica, arriesgada y provocativa, muy al estilo Ozon, que fue presentada en el Festival de San Sebastián.
Protagonizada por Romain Duris, Raphaël Personnaz y Anaïs Demoustier.
Hablamos sobre la película con Romain Duris.
– ¿Cómo le llegó el proyecto de UNA NUEVA AMIGA?
– François Ozon me llamó para hablarme de un papel: “Tengo la impresión de que te gustará porque me han dicho que te apetece interpretar a una mujer”. Era verdad. Es algo que me viene de la infancia, cuando mi hermana mayor me disfrazaba con ropa de niña para ir a cenar con la familia o con amigos de mis padres. Era su muñeca y me encantaba. Puede que ese placer muy básico de disfrazarme de niña fuese una forma de empezar a ser actor.
– ¿Qué le gustó de la historia?
– Me gustó mucho que lo descarado de la transformación en mujer empezase a partir de un duelo por una muerte, filtrado a través de la mirada de Claire y hecho posible por un sentimiento de amistad seguido de amor. El travestismo de David en Virginia se muestra con profundidad y pudor, no es un chiste o la simple interpretación de un actor. Me encanta la chispa del principio, cuando David le declara con toda sinceridad a Claire que se disfraza para solucionar la carencia materna de su hija. Su deseo de travestismo es sobrecogedor y coherente, responde a una motivación humana generosa.
– E incluso cuando su motivación se hace más personal, vive su placer con gran pureza e inocencia.
– Sí, incluso cuando Claire le reprocha que se traviste únicamente por su propio placer, intenté que David fuera lo más sincero posible. Tenía ganas de sumirme en algo honrado, humano. No quería encerrar al personaje en una problemática demasiado singular; me apetecía que la película hablara a mucha gente, que abriese puertas, que plantease la cuestión del género de forma muy amplia: sí, es posible sentirse atraído/a por otro género y no debe ser un problema.
En la escena en que David parece disfrutar vistiendo a su mujer muerta, el aspecto mórbido habría podido cobrar demasiada importancia, pero cuando rodamos la escena, había conseguido sentir dentro de mí a Virginia con gran inmediatez y coherencia, no necesitaba justificar en ningún momento que, para ella, el travestismo es ante todo un espacio de libertad, de placer…
– Desde luego, consigue comunicar ese placer.
– Lo sentía dentro de mí y creo que se nota. Cuando llegué para hacer las pruebas, sabía que disfrutaría. No importaba que François me escogiese o no, la felicidad existía y pienso que se dio cuenta mucho antes de saber si las pelucas me quedaban bien o mal.
– El travestismo, más que el tema de la película, es un medio para encarnar la diferencia que debe superarse por amor.
– Sí, la película también es una gran historia de amor. Al principio, no hay amor entre Claire y David, pero la muerte de Laura, el deseo de travestismo de David y la relación clandestina que surge de ese deseo hacen florecer un sentimiento que va más allá de la amistad. David no está enamorado de Claire, pero Virginia se enamora de Claire. La película demuestra que en una historia de amor, poco importa el género de la persona amada.
– En su opinión, ¿el final de la película es utópico o realista?
– Me parece totalmente creíble, natural. Es una respuesta a los refractarios al matrimonio para todos. Da igual lo que piensen, da igual que se manifiesten, no se puede ir contra la evolución. La vida es ese movimiento de libertad y de amor.
– ¿Se documentó sobre travestismo para preparar el papel?
– François me pidió que viera Crossdresser, de Chantal Poupaud, y Bambi, de Sébastien Lifshitz, la historia de una transexualidad asumida desde la infancia es conmovedora. Su feminidad no gira solo en torno a lo sexual, los ligues, el placer, tiene un componente mucho más amplio e interior, maternal incluso. Su plenitud y su dulzura me inspiraron mucho para el papel.
No me apetecía conocer a travestis, pero un poco antes del comienzo del rodaje, me crucé con uno en la calle y me alegré mucho. Tenía unas piernas preciosas, hubiera podido ser Virginia en su comportamiento liberado de mujer.
– Físicamente, ¿cómo se preparó?
– Con la “coach” y coreógrafa Chris Gandois trabajé los andares, los gestos, cómo usar el cuerpo. Lo hice sin decírselo realmente a François. Sentí que podía asustarle porque él quería que David mostrara torpeza durante su transformación en Virginia, pero yo necesitaba estar seguro de mí mismo. Además, no rodamos en orden cronológico. ¿Cómo iba a conseguir ser perfectamente natural de mujer al cabo de cinco días de empezar a rodar?
Aprendí a andar con tacones, a sentarme cruzando las piernas… Sobre todo se trataba de sentirme cómodo. Sabía que encontrar los gestos adecuados para Virginia, sin exagerar nunca, me permitiría sentir más al personaje y su feminidad, y hablar con una voz más grave o más aguda.
Pero de algo estaba seguro, no quería interpretar a una loca, no era el camino, en eso estábamos de acuerdo François y yo. La risa no debía proceder del cambio de Virginia, sino de las situaciones; por ejemplo, cuando David finge ganas de vomitar delante de su suegra porque tiene carmín en los labios.
– ¿Cómo se adaptó al look cambiante de su personaje?
– No entendí la selección de vestidos al principio, me parecían raros, me sentía embutido dentro. Pero confiaba en Pascaline Chavanne, la diseñadora de vestuario, cuyo trabajo había visto en otras películas de François, y no intervine. Había que encontrar el equilibrio en la feminidad de Virginia. Al final de la película lleva vaqueros, tiene el pelo más oscuro… Se ha convertido en una especie de Mick Jagger en femenino, cuando al principio todo dejaba pensar que sería Lauren Baccall. Pero no cabe duda de que ha interiorizado su feminidad.
Gill Robillard, la maquilladora, trabajó en la misma dirección que Pascaline. Es la primera película en la que he disfrutado con las sesiones de maquillaje, y no me importaba en absoluto levantarme dos horas antes que los demás. ¡Me sumergí en mi papel de actriz!
– También adelgazó…
– Al principio, François tenía como referencia “Casa Susanna”, un libro de fotos de travestis estadounidenses entraditos en carnes. En el guión se deja muy claro que los vestidos de Laura me quedan pequeños. Pero cuando empecé a trabajar con Chris, no me gustó la relación entre un poco de grasa y la mujer que llevo dentro. La sensación no me ayudaba. Necesitaba tener poca cintura. Y sé que tengo poca cintura, ¡todas lo dicen! No iba a interpretar a una mujer sin utilizar mis atractivos naturales y me puse a régimen. Al adelgazar, también se afinó mi rostro.
– Se habla mucho de Virginia, pero ¿y David?
– La mayor complejidad residía en interpretar a David. Lo más sencillo habría sido interpretarle en oposición a Virginia: triste, un hombre roto, sombrío, que cuando se viste de Virginia, vuelve a iluminarse. Pero no me apetecía. David no se transforma en Virginia para huir de la pena o de la frustración, sino para encontrarse mejor. Y disfrutar.
– ¿Cómo describiría la forma de trabajar de François Ozon?
– Lo primero que me viene a la cabeza es su impaciencia. Pero creo que esta urgencia encaja muy bien con el cine, aporta una dinámica, evita las miles de preguntas que tenemos todos, permite ir más deprisa, no estancarse. También creo que su impaciencia tiene que ver con el hecho de que no usa un primer operador, él mismo encuadra. Acabamos de filmar una escena y ya está metido en la siguiente. Para los actores es genial, no esperamos, pero para los técnicos es mucho más duro. Ha sido la primera vez que he trabajado con un realizador que se ocupa de sus encuadres, y me ha gustado.
También me ha sorprendido hasta qué punto François da libertad a los actores y me ha tranquilizado ver que interviene en momentos muy precisos. Es muy lúcido, sabe perfectamente cuándo cuaja algo, el momento en que las emociones, la verdad, lo natural o la vida penetran dentro de la escena. Está muy pendiente de eso. También sabe exactamente qué planos necesita. No mueve la cámara en todas direcciones para asegurarse de que será más fácil en la sala de montaje. Decide lo que quiere rodar en el plató, lo que es muy agradable para los actores.
– ¿Cómo fue trabajar con Anaïs Demoustier?
– La conocí durante unas pruebas para otra película y tenía muchas ganas de que la escogieran, pero no fue así. Sabía que era impecable y no estaba equivocado. Es increíble hasta qué punto atina, de qué manera se refleja todo en su rostro…
– ¿Encarnar a una mujer le ha permitido explorar una faceta suya que desconocía?
– Cuando François me preguntó cuál era mi mejor perfil, no supe qué contestarle, pero luego me encantó hacerme esas preguntas, ser consciente de que uno de mis perfiles era más masculino que otro. Me acerqué a preguntas que quizá sean más habituales en las actrices, pero que forman parte de nuestra profesión, incluso para un hombre. Siempre se toca una fibra femenina cuando se interpreta. El hecho de entregarse a un personaje, a una mirada, expresar emociones… Desde que empecé a trabajar como actor hace veinte años, intento desplazar mi parte masculina, y esta vez, de golpe, he abierto la puerta de par en par.
Interpretar a Virginia también me ha permitido dar mayor importancia al silencio, a sentirlo, a nutrirlo. Virginia no habla enseguida, su silencio nunca está vacío, existe, es femenino. En esta película no me ha asustado, pero hasta ahora tenía tendencia a llenar el silencio con gestos. Los actores que me dejan boquiabierto son lo que saben callarse. Cuando Niels Arestrup lanza una frase, viene de lejos, la ha mascado y digerido. Hay un silencio antes, durante y después.
– ¿Esta experiencia le ha hecho concebir su profesión de otro modo?
– Hay muy pocas ocasiones para encarnar una transformación tan radical, y esta me ha dado alas. Ahora, gracias a Virginia, no me preocupa tanto tomarme el tiempo necesario para vivir plenamente mis personajes. Virginia es uno de los papeles que más me ha marcado. La echaré de menos.
Fotos: Image.net/Getty Images