Aunque lleva ya muchos años siendo reconocido como un maestro de la pintura española contemporánea, Guillermo Pérez Villalta sigue disfrutando de su imagen de pintor maldito, condenado por su antivanguardismo, su apología de la pintura figurativa y, lo peor de todo, por su defensa encarnizada del placer de pintar y de la aspiración a la belleza, como única legitimación de su trabajo. Pero lo cierto es que ese malditismo ya pasó y Guillermo Pérez Villalta ha conseguido alcanzar, gracias a su tenacidad, a su paciencia y a su laboriosidad, la gloria y el reconocimiento de los grandes artistas. Y, de algún modo, esta excelente exposición, comisariada por Óscar Alonso Molina, viene a significar su triunfo y definitiva consagración, como uno de los grandes pintores españoles contemporáneos.
Es cierto que a Pérez Villalta se le reprochó en su momento su retorno a la figuración, su independencia creativa, alejado de las normas impuestas por la vanguardia, y hasta su reivindicación del placer de pintar. Pues ello entraba de lleno en todo aquello que la Teoría estética de Adorno condenaba. “Mucho de la producción contemporánea se descalifica —decía Adorno, hablando del ideal de lo negro—alegrándose infantilmente con colores”. Y para colmo, en medio de un mundo extraordinariamente tenebroso, Pérez Villalta todavía se atrevía a reivindicar “el placer de pintar”. En esta exposición se vuelve a insistir machaconamente en ese asunto. Y se lo repite el artista al comisario, en una conversación reproducida en el catálogo de la misma: “Cada día soy más como los filósofos epicúreos, que lo que intentaban era explicar cómo vivir felizmente. Me considero un heredero de ellos. La belleza y el placer son indisolubles”. Pero ya Ángel González se burlaba de esta idealización tan placentera, enseñando simplemente el esfuerzo, el trabajo y todo el estudio que hay detrás de esta actividad aparentemente placentera de la pintura.
Concebida como un laberinto, la exposición no es solo original en su propuesta de recorrido por la historia de la pintura del artista, sino que está también pensada como una especie de cuadro dentro del cuadro. De modo que el espectador, al introducirse en el laberinto, es invitado doblemente a introducirse en el mundo de Pérez Villalta.
Las dos grandes pasiones del artista, la pintura y la arquitectura, son explícitamente invocadas en esta estructura laberíntica. A la forma del rectángulo del cuadro, cuya geometría estudia y analiza sistemáticamente, se le añade la propia forma rectangular de la sala, construida por el arquitecto Antonio Palacios, y de la que parten el artista y el comisario para diseñar ese fantástico recorrido en el que perderse.
El mito del laberinto y el minotauro ha dado mucho de sí, tanto en la historia del arte, como en la de la literatura. Pero también en el arte contemporáneo. Minotaure era el nombre de la revista de los surrealistas, y el propio Picasso, que llegó a identificarse en ocasiones con este monstruo devorador de doncellas, estaba fascinado por la minotauromaquia, y gustaba de representarse a sí mismo como minotauro. Pérez Villalta no parece interesarse tanto por los héroes de la historia, como Teseo y la Ariadna, que tanto fascinaba a Nietzsche, sino que se muestra seducido más bien por la figura del constructor de laberintos: Dédalo. Son en efecto muchos los cuadros en los que el artista se pinta a sí mismo, como dibujante o como arquitecto en su estudio, siendo contemplado por algún otro personaje.
Dice Óscar Alonso que el montaje laberíntico que han organizado es explícitamente antimoderno. Ni histórico ni cronológico, sino organizado más bien por sugerencias y por analogías. De hecho, aquí un rincón se piensa como una sauna y allí se introduce la escena de un baño, en el otro, se oculta una torre, un mueble o una noria duchampiana. Pues no solo hay pintura, sino también numerosos artefactos, objetos decorativos y vajilla, en plata y en bronce. Y la parte superior de la sala, se deja deliberadamente limpia, de modo que permita al visitante disfrutar tanto de la visión del laberinto, como de la propia estructura del edificio.
Este dédalo alegórico alcanza su culminación en su centro superior, presidido por un templo, consagrado a la belleza, en cuyo dintel aparece la inscripción: “La vida surge para tener consciencia de la belleza”.
Guillermo Pérez Villalta
El arte como laberinto
Comisario: Óscar Alonso Molina
Sala Alcalá 31
Madrid, del 18 de febrero al 25 de abril de 2021