Por Guzmán Marcos Albacete
Anish Kapoor es uno de los artistas más celebrados y cotizados del presente, especialmente por su obra escultórica y por sus intervenciones en el espacio público, de enormes dimensiones y gran impacto. No obstante, la obra gráfica que presenta la Galería Caja Negra muestra un carácter distinto, mucho más íntimo y menos explorado que, sin embargo, guarda una serie de preocupaciones que han acompañado al artista prácticamente desde el inicio de su carrera. Hablamos, sin más rodeos, de la dialéctica de contrarios como motor creativo y discursivo en sus obras: la relación de lo uno con lo otro, de la cosa y la no-cosa. En su obra escultórica se explora lo lleno y lo vacío, el reflejo y lo reflejado, lo estático y lo móvil, … En definitiva, lo que hay y lo no-hay, que, no obstante, se muestra en lo que hay.
Desde hace más de veinte años la Galería Caja Negra se ha preocupado de este particular nicho artístico –la obra gráfica– al que tradicionalmente no hemos prestado especial atención y que, con las mixturas propias de las tendencias artísticas contemporáneas, ha elevado su estatus posicionándose como medio de expresión artística tan válido como cualquier otro. Este interés produce un efecto curioso y prácticamente exclusivo de Caja Negra, disponer de nombres aclamados por el canon artístico (Picasso, Gris, el propio Kapoor) y, sin embargo, trabajar piezas más desconocidas que las de artistas mucho menos populares. Sin duda, tal es el caso que encontramos con los grabados de Kapoor, ante los cuales espectralmente se nos muestran reflexiones cóncavas, montículos de pigmentos de colores chillones o vísceras hechas con ceras tintadas de rojo; y que, pese a todo, no aparecen de ninguna manera en la galería.
Ante tal espectro, que no es otro que el recorrido de Kapoor, el ojo crítico tiene dos opciones: encerrar al espectro como un cazafantasmas, ver más grabado que Kapoor; o, por el contrario, escuchar sus cacofonías, adoptar la máscara de Iker Jiménez, y escuchar más Kapoor que grabado. Son demasiadas las resonancias entre la trayectoria de Kapoor y su obra en papel. Las cacofonías gritan y exigen tal atención que nos es imposible eludir. Ahora bien, la cuestión que nos ocupa es: ¿cómo se dan las dialécticas propias del artista en la planitud de la gráfica?
Primeramente, podemos entender ese encuentro entre lo uno y lo otro como el encuentro de la lámina y lo que no es lámina. Stoichita sitúa La invención del cuadro en el marco, un elemento limítrofe y semi-escultórico, que enclaustra el color y el trazo en un redil que da el estatus de obra en sí. En otros términos, el cuadro, como lo puede hacer así la lámina, se define precisamente en lo que no es cuadro y la frontera entre ambos, borrado de cualquier confusión, se encuentra en el marco. A partir de él, toda dialéctica se sucede a nivel exterior y permite el ámbito de diálogo interno entre las partes de lo pintado. De esta manera, en la exterioridad, el dibujo adquiere una dimensión cuasi escultórica, un estar en el espacio que lo acredita. El cuadro, la obra gráfica, el grabado o lo que se quiera, antes de ser pintura o de ser dibujo es, ante todo, un objeto en el espacio.
Desde esa objetualidad se da el primer encuentro entre contrarios, la exterioridad y la interioridad. Interioridad que expresa desde un nuevo encuentro entre el color y el no-color en el trabajo de Kapoor. Todas las piezas están compuestas de un solo color y la ausencia de este. No hay una conversación con múltiples interlocutores, sino que el discurso se reduce a sus mínimos: el yo y el no-yo del color. Amarillos, rojos y azules, habituales en el imaginario de Kapoor se enfrentan al papel desde una forma particular de grabado, la manera negra o mezzotinta. Tal técnica consiste en cubrir de color completamente la lámina, para después ir retirándolo, permitiendo el visionado del papel. Los primeros testimonios de su uso se remontan al siglo XVII, en un intento de emular los efectos propios de Caravaggio, pero su desarrollo se dio mayormente en la Inglaterra del XVIII. El ejemplo patrio más reconocido lo encontramos en El Coloso de Goya. Que Kapoor emplee esta técnica muestra dos cuestiones, una afectiva y otra metodológica. La primera pasa por un respeto a la tradición artística, al remontarse a una técnica tan antigua y trabajada. La segunda, como comentamos, es de corte metodológico, no porque use habitualmente esta técnica en particular, sino por el abordaje desde lo otro de sus obras. En la completitud de lo positivo, el color, se establece un encuentro con su contrario, que no es otro color, sino la ausencia misma de este color. El carácter negativo del papel se torna positivo en el proceso de ser mostrado, así ocurre con la luz producida por el papel y la sombra propia de su ocultamiento. De esta manera, se aniquila el par activo/pasivo, estableciéndose una relación activa entre contrarios.
Las dimensiones internas y externas de la pieza van al encuentro de un último otro con el que dialogar, el espectador. Este espectador, un otro respecto de la obra, se encuentra con esta y su mirada entra en contacto con todas esas relaciones que vivifican lo visto. Primero como objetos en un espacio y segundo como una interacción de color y papel, la obra respira, está viva, conversa consigo misa y se refleja en nosotros como objeto exterior a sí. No hay desvelamiento, no hay secreto escondido, tan sólo la tensión y distensión entre contrarios, como el pulmón que recurrentemente se infla para desinflarse, dejando como poso tan sólo el poder de vida.
El reflejo y el encuentro con lo otro han sido recurrentes en la obra de Kapoor y, sin embargo, el uso que se le ha dado a su obra –consentido por el propio artista– en las inmensas intervenciones de las grandes metrópolis desactivan todo su potencial estético. Es obvio que el reflejo de Kapoor habita en Chicago o en Nueva York, pero lejos de extrañar el espacio, reconoce y agranda la urbe. La reflexión en la metrópolis no es un encuentro con el otro, sino la amplificación de un siempre observado ombligo que ahora sólo encuentra una nueva perspectiva de mirada narcisista. El citadino gentrificado construye su otro a partir de sí, sin más encuentro que la ideología de una dialéctica masturbatoria. La intervención en la ciudad de Kapoor no es, pues, intervención, sino confirmación de la centralidad discursiva de la propia metrópolis, en la que el citadino alimenta su narcisismo tan sólo como miembro perteneciente a la masa privilegiada. Nada favorece la espectacularidad de esta clase de esculturas y, quizá por ello, obras de “menor relevancia” como las expuestas en Caja Negra conversan mejor con el espectador de lo que lo harían otras de mayor calado. Tal es la complicada relación que Kapoor guarda por un lado con el público y por otro con el mercado, lo que manifiesta una obviedad mayúscula: la coherencia sigue sin ser suficiente.
Autor: Anish Kapoor
Título: Breathing and Rising
Galería: Caja Negra
Dirección: Calle Fernando VI, 17 2º Izquierda
Madrid, del 12 de diciembre de 2020 al 6 de marzo de 2021