La vida suele crear vínculos azarosos. Caprichosos, incluso. En uno de ellos reside mi necesidad, casi obsesión, por poder escuchar a Serrat en directo. Sí, soy fan. Incondicional. No en pocas ocasiones he tratado de acudir a sus conciertos, pero siempre se interponía entre nosotros un destino fatal.
Serrat volvió ayer a Santander después de muchos años. Sin Sabina, me refiero. La última vez suspendieron el concierto por el conocido diagnóstico médico del artista. Pero esta vez ha sido que sí. Joan Manuel es patrimonio musical y artístico de todos, no sólo nacional, pues la cultura no admite fronteras. No voy a hablar de su música, cincuenta años de carrera hablan por sí solos. Pero sí lo haré de mi relación y deuda con él.
Tengo en mi cuarto una foto suya dedicada, allá por el año 1995. “¡Viva la vida!”, le dice a un mocoso de seis años que se sabe todas sus canciones. Reconozco que puede ser raro, ayer en el concierto pude comprobar que por edad sin duda lo es, pero con la perspectiva del tiempo veo que le debo mucho a Serrat. Con él y su disco blanco (Mi niñez) aprendí los números. En pañales y desde el suelo pasaba una a una sus canciones, contando mentalmente para detenerme en la que quería en cada momento. Recuerdo perfectamente, porque quedó grabado como una parte de mí mismo, que Como un gorrión era la número cinco. El tiempo la desterró del grupo de mis preferidas, pero todo en ella es sutileza y elegancia, notas características del cantautor catalán.
No podré asegurar lo contrario, pero sospecho con firmeza que si Serrat no hubiese musicalizado a Machado, Miguel Hernández, León Felipe o Bennedetti nunca me hubiese inclinado a leerlos. Y jamás los hubiese entendido, eso seguro. No creo ser el único. Serrat ha hecho por la poesía una labor divulgativa mayor que la de cualquier otro poeta. Sus propias letras son también líneas maestras que siempre añoré en los libros del colegio. Escucharle desde pequeño ha desarrollado mi sensibilidad descubriendo con los años matices y significados que antes escapaban al entendimiento de la edad, obligando a mi percepción sensorial a estar siempre lista para ir un poco más allá. Gracias, Joan Manuel, por todo, que es tanto. De vez en cuando la vida nos besa en la boca…como ayer a mí, por ejemplo.