Christina Zimpel en la Galería Rafael Pérez Hernando.
Andrea Bednarczyk Tisler.
Tiziano, Rubens, Turner, Delacroix, Monet, Kandinsky, Albers… Todos ellos artistas unidos bajo una misma fijación pictórica: el color. Algunos lo hicieron priorizándolo por encima de la forma, del trazo; otros lo hicieron basándose en estudios científicos como los del químico Chevreul; y otros pocos incluso se aventuraron a trabajar en sus propias teorías. En cualquier caso, todos ellos trataron de experimentar con el color, buscando acercarse a cierto rigor cromático por medio de normas y sistemas que ensalzasen sus creaciones. Pero en la contemporaneidad, como acontece con tantos otros aspectos, esto ha tenido respuestas bien diversas. Si estos nombres antaño apostaron por alcanzar una objetividad prudente o si simplemente buscaron dar con un mayor deleite, ahora damos con nombres que exploran el color de manera dispar, ya no siendo el goce el que tiene lugar, sino más bien la incomodidad. Uno de los nombres que pueden relacionarse con esta disidente vertiente dentro del panorama galerístico madrileño actual es Christina Zimpel (Perth, 1961), artista australiana caracterizada por un uso atípico, e incluso violento, del color. Después de una primera toma de contacto con la Galería Rafael Pérez Hernando en la Feria Estampa de este año, la artista expone en la galería con la muestra ‘Confection’ que, abierta desde el pasado 28 de noviembre, nos permite analizar su propuesta cromática y formal.
Saturación cromática
Extravagantes y glamurosas figuras femeninas se alzan como portadoras cromáticas y protagonistas de sus lienzos. Sentadas, de espaldas, erguidas o curvadas: así posan las modelos ficticias que la artista retrata. Su formación como fotógrafa y diseñadora nos incita a no pasar por alto los detalles mencionados, más si hablamos de su larga trayectoria en el mundo de la moda. Y es que la australiana, a sus 63 años, no lleva más que siete años de carrera artística, cuando en 2017, por algún motivo que desconocemos, decidió comenzar a producir obra, logrando al poco tiempo exponer en ciudades tan diversas como Nueva York o Bruselas, hasta llegar, por primera vez, este año a Madrid. De hecho, las dos exposiciones que actualmente tienen lugar en la Galería Rafael Pérez Hernando ejemplifican la condición con la que iniciamos. Mientras que en la sala colindante damos con piezas donde, por medio de la muestra ‘64 TONOS’ de Julián Gil y desde la abstracción, el color es trabajado con una pretensión científica y sistemática, en el espacio que nos concierne, de la mano de Zimpel y desde la figuración, encontramos composiciones cromáticamente intuitivas, arriesgadas y alejadas de lo convencional. Sin embargo, no por ello la fascinación por el color es menos compartida.
Sin necesidad de ser expertos en el color, nada más entrar en la galería, con la primera de sus figuras mirándonos –Silver Shorts, suponemos que invitándonos a ver el resto de la muestra–, advertimos la intencionada disonancia de la paleta escogida: un popurrí de tonos pasteles, terrosos, pálidos, saturados, estridentes y chillones. Generalmente, dispuestos de forma plana, pero, a veces, con una pincelada visible que genera texturas. Éstas, entre la extendida homogeneidad del resto del lienzo, te permiten alegre, pero también efímeramente, detener la vista sobre un motivo peculiar. La arbitrariedad cromática que impregna la muestra, como puede suponerse, no es para nada una cuestión novedosa, pues muchos han sido los artistas que han optado por una respuesta de esta índole. Tal vez, una de las propuestas más resonadas sea la fauvista, con la que Matisse o Derain –a inicios del siglo XX– desafiaron el naturalismo cromático, emanando de sus cuadros realidades repletas de viveza, energía y expresión. Son precisamente la prueba de que el color no tiene que dar respuesta a nada más que al puro antojo artístico y, aun así, lograr algo que aquí cuestionamos que pase: conmover al observador y hacerlo, además, en el mejor de los sentidos.
La transparencia de la nada
El color no es sólo el único elemento dado a la incomodidad. El aire glamuroso con el que la artista pretende envolver a sus figuras contrasta con la rudeza de su trazo, de su forma, de su ejecución. La imperfección es lo que impera en el reino figurativo de Zimpel, y esto no tiene por qué ser malo. Sin embargo, aquí sólo parece acrecentar la sensación general de desidia. También lo hace la ingenuidad de sus composiciones, donde muestra una extraña fijación por la concordancia de la horizontalidad de sus lienzos, y lo hace siempre bajo el mismo esquema: la continuidad de las líneas del pavimento con las de algún otro elemento –que, en resumen, vienen a ser la terminación de un pantalón o las rectas de una banqueta–, pues así lo hace en Teal Glove, Silver Shorts y Green Gloves. Sus rostros, gobernados por la indiferencia y la inexpresión, son así plausibles reflejos de los del espectador. Y, para todo ello, la australiana tiene múltiples referencias a las que alude como fuente de inspiración: su juventud en la Australia de los setenta bajo la estética del punk, las formas victorianas, la Belle Époque y una dimensión folclórica por influencia de sus raíces húngaras maternas.
En 1905, tras visitar el Salón de Otoño de París, el crítico de arte Louis Vauxcelles describió un conjunto de piezas de llamativo cromatismo y alejado realismo como les fauves –las bestias–, un término despectivo que acabaría bautizando el movimiento al que hemos hecho referencia antes: el fauvismo. Probablemente, la reacción de Vauxcelles fue un tanto injusta y exagerada, aunque posiblemente acorde con el gusto de la época y el contexto academicista que le rodeaba. Tal vez ahora hayamos dado con unas piezas que podrían más justamente designarse de tal forma, pues sus trazos insulsos y su contenido vacuo se alzan como firmes incentivadores para la confirmación de tal apropiación. Y es que sus figuras parecen no ir más allá de lo meramente decorativo –o, que sepamos, nadie ha hecho nada por defender lo contrario–. Teniendo en cuenta esto, hay que reconocer que, al menos, la pretensión de Zimpel es franca, sincera y transparente, pues no hay más que lo que se ve.
Christina Zimpel, ‘Confection’.
Galería Rafael Pérez Hernando. Calle de Orellana, 18. Madrid.
Del 28 de noviembre de 2024 al 8 de febrero de 2025.