Introducción.
El artista Jaume Plensa (Barcelona, 1955) estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona y en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi. Siempre interesado en cuestiones relacionadas con el volumen, el espacio, la tensión y la reflexión sobre la condición humana, la obra de Plensa se caracteriza por su recurrencia a la simbología lingüística y a formas zoomórficas y antropomórficas estilizadas y de gran tamaño (destacando su emblemática serie de cabezas femeninas). Ello le ha llevado a ser galardonado con distinciones como el Premio Nacional de Bellas Artes en 2012, el Premio Velázquez de las Artes en 2013 o la Medalla de Caballero de las Artes y las Letras otorgada por el Ministerio de Cultura francés en 1993. Su obra forma parte no solo de algunas de las colecciones de arte contemporáneo más reconocidas del mundo, sino también del paisaje urbano de distintas ciudades a lo largo de España, Francia, Japón, Inglaterra, Corea, Alemania, Canadá y Estados Unidos –entre otros– a modo de obra pública. Su exposición “Jaume Plensa. Materia interior”, que consta de una selección de piezas que abarca más de 30 años de trayectoria, puede ser vista en el Espacio Fundación Telefónica del 17 de octubre de 2024 al 4 de mayo de 2025.
Vibraciones y momentos de silencio.
«¿Qué mano u ojo inmortal pudo enmarcar tu aterrorizante simetría?» se preguntaba William Blake (1757-1827) al comienzo de su poema “El Tigre”, escrito como parte de su colección Canciones de Inocencia y de Experiencia (1794). El profético poeta reflexionaba en él sobre la cohabitación del bien y del mal, sobre la creación y sobre la coexistencia de lo bello y lo terrible en un mismo ser. La reflexión era más que interesante y legítima; ¿cómo es posible que algo tan perfecto, esplendoroso e inocente en su belleza sea capaz de los más aterrorizantes actos? Blake, sin duda, no estaba pensando únicamente en tigres y corderos cuando escribía estos versos. Plantear algo así sería subestimar su más que probada y excelente capacidad poética. Blake claramente estaba, más allá de ello, y a través de su simbolismo retórico y singular, abordando aspectos fundamentales de la pregunta por la condición humana.
Detalle de Love Sounds (1998), de Jaume Plensa, en el Espacio Telefónica.
A Jaume Plensa siempre le ha fascinado William Blake, pero también Baudelaire (a quien dedicó la pieza Dessin d’un maître inconnu (Baudelaire) realizada en 1996 y perteneciente a la colección del Museo Reina Sofía). En general, su estima por los grandes poetas –si es que debiéramos señalar una razón más allá de la propia grandeza de sus producciones poéticas– se debe a la lucidez con que estos abordan la profundidad de las preguntas sobre nuestra propia existencia. Eso mismo ha afirmado el escultor en varias ocasiones. Y no es baladí pensar que en su propia producción artística hay también muchos destellos y reminiscencias que nos hacen retornar a estas preguntas.
Según Baudelaire, el buen artista u observador de la vida de su tiempo debía experimentar el inmenso goce de encontrar su hogar entre la multitud, en su movimiento fugitivo y ondulante. Plensa parece tener su particular modo de llevar esto a cabo; para él, no hay otra forma de hacerlo que reafirmando la comunalidad, la co-pertenencia y la potencia relacional de lo humano frente a la fugacidad imperante en el cosmos de la ciudad contemporánea. El perfecto observador, para él, busca la cercanía y el reconocimiento entre la diversidad del mundo. Y la busca silenciosamente, ajeno al alboroto y atento a su propia vibración interna. De ahí la ocasional necesidad de cerrar los ojos y entregarse a la introspección en busca de esa “materia interior”.
El lugar donde todo pasa.
Para Plensa, la cabeza es donde todo pasa, y a veces todo al mismo tiempo. De ahí que este conciba las diferentes piezas de su exposición en el Espacio Telefónica como partes de una misma obra. La muestra monográfica ofrece a los espectadores un recorrido por diferentes piezas escogidas y ordenadas en saltos temporales que fomentan un diálogo entre las diferentes épocas de trabajo del artista y ponen de relieve que toda la obra de Plensa no deja de ser precisamente eso: una sola obra. Escultural por encima de todo, el trabajo de Plensa siempre ha sido bastante reconocible en torno a la preocupación por la capacidad de los materiales –y sus materialidades– de “captar y expresar” sensaciones y pensamientos. A pesar de presentársenos en esta exposición piezas de muy diferente naturaleza, como podemos atestiguar comparando su obra María (2018) con Love sounds (1988), estas siempre guardan un estrecho vínculo en cuanto a su búsqueda interior se refiere. Si bien en la primera destaca una cabeza fragmentada de muchacha en alabastro rosa, en la que se sugieren ideas –ya exploradas en numerosas ocasiones por Plensa– relativas a la identidad, la fragilidad de la condición humana, lo efímero, la espiritualidad y el silencio, en Love Sounds (1998) –también de alabastro–, Plensa nos presenta pequeñas estancias que, a modo de confesionarios, emiten la grabación de un sonido líquido emanado de su propio cuerpo. En ella también se reflexiona sobre la interioridad y la naturaleza de lo íntimo de manera parecida a como hizo Raynaud con su Container Zéro (1988), que buscaba transmitir la intimidad de experiencias vividas por su autor.
Fotografía de Container Zéro (1988), de Jean Pierre Raynaud, en el Centre Pompidou de París.
También otras obras llaman nuestra atención en esta exposición. Con piezas como Lilliput (2012-2020) y Glückauf? (2004), Plensa incide nuevamente en el lenguaje como medio y en la repetición que tanto ha trabajado a propósito de sus piezas cercanas a la poesía visual, además de su preocupación por la naturaleza de lo colectivo y por el espacio que ocupa el individuo como parte de la comunidad. De ahí también su obra Silence (2016), llamativa por su uso de la madera para crear una instalación que puebla toda una sala. Aquí, la madera se convierte en un elemento homogeneizador que realza el carácter perecedero y transitorio del “organismo vivo” que para Plensa no deja de ser la sociedad. Esto, fruto de una reflexión sobre las cualidades de los materiales muy vista en la escultura tradicional. En cambio, algunas otras piezas como Freud’s children (2001-2002), su particular homenaje a la Alhambra de Granada, resultan quizás más anecdóticas.
No obstante, destaca especialmente la pieza La Neige Rouge (1991), que también estuvo expuesta en la exposición “Chaos-Saliva” en el año 2000 en el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro. La sala en que se presenta parece una trampa perfecta para la mirada. La pieza lleva la luz fría del neón –tan característico del minimalismo de Flavin– al terreno de lo industrial, dando la apariencia de ser un impresionante puzle de calor que transforma la energía en un objeto que llena el espacio.
Fotografía de La Neige Rouge (1991), de Jaume Plensa, en el Espacio Telefónica.
En general, el cuidado y delicado montaje de la exposición hace de ella una buena preparatoria para la entrada al trabajo de un artista como Plensa. Con un montaje abierto al recorrido, vamos encontrando instalaciones en las que sus significativas piezas escultóricas nos transmiten ideas claras en salas sin luz natural. Sin embargo, un cierto sabor edulcorado queda en la boca. Las metáforas recurrentes en la obra de Plensa, orientadas hacia una construcción de valores que promueve comunidad, esperanza, armonía y conexión entre las personas –todo ello impregnado de influencias espiritualistas del budismo zen y la tradición mística española–, destacan por su equilibrio entre la narración poética y una cierta rigidez formal. Esta combinación ambiciosa pretende buscar una reivindicación de la belleza y una reflexión profunda sobre la condición humana. Sin embargo, parece terminar reduciéndose a una propuesta tan limitada como la siguiente: la idea de que el arte debe transmitir un mensaje de esperanza y positividad, de volver a creer que los seres humanos somos algo más que la violencia que predomina en nuestra época. ¡Dichosos aquellos que aún tengan esperanza! Resulta de una gran tibieza esta cuestión y pareciera fruto de una propuesta que tiene miedo de molestar a alguien. En una época en la que pensar significa, inevitablemente, pensar contra alguien, la “necesidad de silencio” que Plensa exige para la reflexión no es más que un privilegio despreocupado, ajeno a las tensiones y confrontaciones del presente. La verborrea humanista nos acaba por cansar a todos. Y es que cabe recordar que la cabeza es el lugar donde nacen los sueños, sí, pero también donde se desmorona la inocencia.
Fotografía de Untitled (to Robert, Joe and Michael) (1975-1981), de Dan Flavin.
«¿Qué martillo? ¿Qué cadena, en qué fragua fue hecho tu cerebro? ¿Qué yunque? ¿Cuál terrible abrazo osó apretar los mortales terrores?» se volvía a preguntar William Blake en aquel poema que mencionamos al inicio. Sin duda, las manos y los ojos de Plensa se han atrevido a enmarcar y esculpir muchas formas valientes, y multitud de veces el acierto sonrió ante su trabajo. Sin embargo, las estrellas parecen haber arrojado sus lanzas. Quizás no hagan falta tantos levantamientos de cabeza como mirar a otro lado y buscar nuevas materias, nuevas profundidades.
¿Cuándo ha dejado esa mano valiente de torcer sus músculos y abrazar un poco de riesgo?
Darío Hernández. En Madrid, a 10 de diciembre de 2024.
“Jaume Plensa. Materia interior”
Espacio Fundación Telefónica. Calle Fuencarral, 3. Madrid.
Del 17 de octubre de 2024 al 4 de mayo de 2025.