Lluís Hortalá
«Encore un moment, monsieur le bourreau, encore un moment”
Galería F2
Doctor Fourquet 28
Madrid, del 13 de septiembre al 20 de noviembre de 2018
Hace ya muchos años que la pintura hiperrealista, y la pintura figurativa en general, parecían haber caído en un profundo desprestigio. El menosprecio del virtuosismo que la vanguardia trajo consigo, la utilización de la fotografía para la trasposición pictórica de las obras, y la exigencia de la originalidad como criterio, parecieron relegar a los maestros de la figuración pictórica a un segundo o tercer plano de la historia del arte. Ninguno de los grandes pintores hiperrealistas del s. XX consiguió alcanzar nunca el prestigio intelectual de los grandes maestros del expresionismo abstracto norteamericano o de los principales artistas del Conceptual.
Con su soberbia exposición en la galería F2 de Madrid, Lluís Hortalà ha conseguido demostrar que el desprestigio de la pintura hiperrealista no era un problema de la técnica pictórica, sino más bien un problema de concepto. De hecho, cuando uno entra en la galería, se sorprende porque, aparentemente, no hay nada que ver. Dos grandes embocaduras en mármol de chimeneas rococó, enfrentadas la una a la otra, parecen llenar toda la sala. No hay nada más. Si uno sigue hasta el fondo de la galería, se encuentra un gran tondo de madera —curioso trabajo de ebanista en relieve—, que no se sabe bien qué demonios hace allí. El engaño de la mirada es tal, que el espectador se ve obligado de inmediato a tocar aquel extraño objeto, para ver cómo está hecho. Y solo entonces se da uno cuenta de que ha sido víctima del viejo artificio de la pintura del trampantojo. Una vez más, el virtuosismo de la pintura que simula la apariencia ilusoria de “cosas reales”.
Tocar para ver mejor. Parece mentira, pero es un gesto que todos realizamos, cada vez con más frecuencia, en museos y en galerías, por prohibido que esté y por extraño que parezca. Como Santo Tomás, tratamos de meter el dedo en la llaga, porque realmente no nos fiamos de lo que vemos. Solo el tacto parece decirnos la verdad, y nos permite ver.
Y entonces uno vuelve sobre sus propios pasos, y se da cuenta del engaño. Las falsas chimeneas de la pared eran en realidad dos cuadros extraordinariamente realistas, enfrentados entre sí. Y solo entonces vemos que en la sala había además algunas otras cosas, en las que apenas habíamos reparado. Resulta que en el suelo de la misma había también un zócalo o rodapié de mármol, al que apenas habíamos prestado atención, y que resulta ser la virtuosa reproducción pictórica del zócalo de mármol que recorre las paredes de la National Gallery de Londres. Y solo entonces nos dejamos atrapar por el virtuosismo de la pintura, y contemplamos fascinados la maravilla de la ejecución.
Oriol Fontdevila ha escrito un bellísimo texto para explicarnos esta exposición. Leyéndolo se descubren muchas de las secretas intenciones del artista. Lluís Hortalà nos cuenta que también le interesa romper la vieja dicotomía entre las Bellas Artes y las Artes Decorativas. Y ciertamente no solo lo consigue, sino que además nos da una lección magistral de la pertinencia posible del virtuosismo en la pintura.
Miguel Cereceda