Autor: Pablo Hernández Martín
El arte contemporáneo es frecuentemente el objetivo de críticas simplistas que buscan en el arte la mera recreación en la contemplación de lo “bonito”, por eso hasta cierto punto la situación que desde hace unos días viene protagonizando Abel Azcona, artista conocido por sus arriesgadas performances, era más o menos esperable.
Azcona inauguró a finales de noviembre la exposición Desenterrados, que traía de nuevo las historias de las víctimas del franquismo al primer plano del debate. El acto de volver a descubrir los horrores de aquellos que fueron fusilados o desaparecidos se completaba con una mirada crítica situada sobre algunos de los temas más espinosos para la sociedad actual española, entre ellos los abusos sexuales a menores protagonizados por algunos sacerdotes. Este episodio que, tristemente, ha ido desapareciendo, poco a poco, de los medios es rescatado con Amén: la documentación fotográfica de cómo Azcona escribe “pederastia” usando ostias consagradas -un total de 242- que había ido guardando tras acudir a distintas parroquias.
Teniendo en cuenta la extendida suspicacia en lo referente a todo aquello que transgreda las formas “normales” de expresión artística y la decisión completamente voluntaria del autor de proponer un arte incómodo, chocante y que lance al espectador a un debate moral, el resultado no nos debería extrañar. La comunidad religiosa se ha levantado exigiendo la retirada de la exposición al propio
autor, al alcalde de Pamplona, a la concejala de cultura y, en general, a cualquiera dispuesto a escuchar las quejas de los religiosos más exaltados. Y es precisamente en esta reacción donde la obra de Abel Azcona se crece y alcanza el interés que realmente posee actualmente.
La propuesta original de Amén es aceptablemente obvia y sencilla, tal vez no de lo más interesante dentro del trabajo del propio artista, pero con una original e inteligente elección del material empleado para escribir la palabra “pederastia”. Desde luego, su fuerza no se encuentra tanto en la forma o contenido -aunque el contenido sea sin lugar a dudas una protesta completamente necesaria contra una situación detestable- como en la posibilidad de relaciones y reacciones que esa performance concreta tenía la potencia de generar y que, efectivamente, ha generado.
A raíz de la explosión mediática de su obra, las reacciones han sido múltiples: desde las innumerables interacciones en las redes sociales, donde creyentes indignados pasaban de señalarle como algo parecido a la personificación del diablo a recordarle que Dios le ama, sucediéndose mientras tanto las peticiones de retirada de su obra, las querellas de la Asociación de Abogados cristianos, o incluso el robo de una pieza de su exposición que contenía también ostias consagradas. Es aquí donde puede verse realmente la potencia artística de la obra de Azcona, que ha conseguido romper la tediosa quietud del espectador pasivo. Frente a la actitud voyeurista del que contempla arte, como ese Baudelaire que escribe À une passante, Amén ha obligado a los espectadores a reaccionar y, gracias a sus reacciones, ha construido con ellos un interesante mapa conceptual que consigue unir pieza y espectador.
Y es que ¿cómo entender esa imagen que facilita el artista en su twitter, donde un hombre se arrodilla en la exposición, sino como una performance? ¿Cómo ver las concentraciones frente al lugar de la exposición sino como un grotesco flashmob?
Las misas de reparación dedicadas a solventar el “daño causado”, los artículos de prensa conservadora y blogs cristianos que terminan con “¡Viva Cristo Rey!” y los usuarios de twitter que recuerdan a Azcona que todos tenemos pendiente un “juicio con Dios”, todo ello forma parte ya de la obra expuesta. Abel Azcona les ha atraído y usado como método de expresión de eso que quería transmitir: que la religión puede llegar a cegar el juicio, haciendo que lo importante sean unas cuantas obleas y no el hecho de que la palabra “pederastia” tenga que ser expuesta en Pamplona para que se recuerde lo que, durante mucho tiempo, se ha intentado ocultar.
Podemos decir, en definitiva, que si la capacidad de conmover, de hacer tomar parte al espectador en la obra y de cambiar, de una manera u otra, la forma de mirar de aquellos que contemplan y participan de la propuesta es algo que debemos valorar positivamente en un trabajo artístico, entonces, sin duda, la obra de Abel Azcona merece toda nuestra atención.