«Conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder»
Paco Yáñez
Quienes el pasado 2 de junio nos reunimos en el Fórum Metropolitano de La Coruña para asistir a una nueva representación de Si esto es un hombre (2020), obra teatral del director y actor andaluz (que ambas funciones asume en esta pieza) Carlos Álvarez-Ossorio (Sevilla, 1973), creo que no pudimos evitar el leer esta arrolladora propuesta escénica en unas claves que desbordaban los límites de dicho escenario, para saltar de lleno a un valleinclanesco ruedo ibérico que, en la España del 2023, vuelve a estar transido de negras sombras en su horizonte político, dibujadas por los hijos, nietos y sobrinos putativos de quienes protagonizaron las atrocidades narradas por Carlos Álvarez-Ossorio en Si esto es un hombre, ya en los pasajes en los que toma distancia y reflexiona sobre las propias derivaciones y puesta en perspectiva del Holocausto, ya en todo el recorrido central de la obra, en el que Álvarez-Ossorio se adentra en la piel (y en los huesos, pues en poco más acaba convertido su cuerpo) del escritor y químico italiano de origen judío sefardí Primo Levi (Turín, 1919-1987).
Piel, huesos, un cuerpo lacerado… y una lúcida materia gris pensante que, aunque insista con sus palabras en que los mejores de entre los deportados se quedaron en Auschwitz, convertidos en ceniza, no podemos dejar de situar entre aquéllos a quienes asiste la convicción moral y la legitimidad histórica de la razón del vencido, la autenticidad (se intente ensuciar como se intente desde la posverdad) del inocente.
Ese vencido es capaz de ver donde nosotros no podemos, carentes de la que fue su propia experiencia real, por más que hayamos sido saturados, a lo largo de las últimas décadas, por todo tipo de producciones bibliográficas, cinematográficas, musicales, pictóricas, científicas… sobre el Holocausto. Como sostiene Primo Levi, a través de la voz de Carlos Álvarez-Ossorio, nuestra hambre, nuestro frío, nuestro insomnio, nuestro dolor, nuestro decoro, no son sino pátinas superficiales, nimias molestias, frente a tamaño horror como el vivido por Levi cuando, a partir de que, en 1944, con 24 años, fuese trasladado a la compleja red de campos de concentración y exterminio que conforman lo que conocemos como Auschwitz.
Esa importancia de que el relato sea expresado por sus protagonistas, por aquéllos a quienes asiste la legitimidad histórica (así como por quienes con más fidedigna crudeza pueden dar fe de una realidad que, quizás, hasta nos costase imaginar: tan propio como es del hombre el superar los propios límites de su imaginación), es llevada a Si esto es un hombre no sólo por medio del libro homónimo escrito entre 1945 y 1947 por Primo Levi (base textual principal de la pieza teatral de Carlos Álvarez-Ossorio), sino por la propia voz y figura de uno de los supervivientes del Holocausto, Simon Srebnik, al que vemos en escena, emergiendo desde Shoah (1973-85), la icónica película de Claude Lanzmann: imagen palmaria en celuloide, verbo hecho carne y carne hecha verbo de quien ve donde sólo resta el eco, de quien con la mirada convoca lo ausente en el presente (y aquí se enraíza Carlos Álvarez-Ossorio en clásicos teatrales del siglo XX como Erwin Picastor, ya no sólo por las derivaciones políticas de su trabajo, sino por el empleo de recursos escénicos como las proyecciones cinematográficas o por el uso de la luz de un modo tan escenográfico).
Ese juego de ausencias recobradas, de materialización de un recuerdo convertido en presencia física, es uno de los aciertos más sutilmente elaborados por Carlos Álvarez-Ossorio en escena, realizado por medio de una magistral escenografía lumínica, en la que la luz se convierte en el aura del ausente, así como en arquitectura, edificando una y otra vez los espacios del horror. Luz convertida, incluso, en metáfora y presencia del ser humano, en su propia carne, como la de ese ahorcado que se remeda en escena por medio de un foco que, al ser descolgado (en uno de los efectos más sorprendentes de Si esto es un hombre), es seguido con su mirada por Carlos Álvarez-Ossorio, iluminado por el ejemplo ético y la entrega moral de aquéllos que, aun a riesgo de sus propias vidas, se inmolaron al enfrentarse con todo un sistema contra el que apenas nada podían. Queda esa luz, sobre el escenario, la llama de la resistencia: la no claudicación.
Muchos otros son los momentos de una poderosa dramaturgia escénica en Si esto es un hombre, desplegados con unos recursos mínimos, pero con una capacidad de evocación tan lograda como perturbadora. El juego con las cenizas es uno de ellos. La cita del Génesis «Polvo eres y en polvo te convertirás» parece materializarse en el momento en el que Carlos Álvarez-Ossorio se baña en ceniza: un polvo y unas cenizas tan cargadas de sentido metafórico como de final de trayecto en Auschwitz, y que nunca dejan de convocar reminiscencias poéticas que van de Quevedo a José Ángel Valente. La imagen de Álvarez-Ossorio cubierto por ese manto gris se torna desasosegante, como el polvo que esa ceniza va levantando de su cuerpo a partir de dicho momento y hasta la conclusión de la obra; un cuerpo finalmente desnudo, y aquí no resulta literal el actor sevillano con respecto al texto, pues ese desnudamiento en momentos previos de la narración (como en la llegada a Auschwitz) no se consuma sobre escena, ya que el desvestirse en Si esto es un hombre es un proceso moral, en el que los ropajes van despojando a Primo Levi no sólo de sus ya poco más que harapos en un sentido estricto, sino de su pasado y cotidianeidad: es un desnudamiento moral en el que, al final de Si esto es un hombre, tenemos al individuo frente a nosotros en su más esencial figura, abierto en canal a través de su experiencia, confesión y recuerdos.
Esa rotunda presencia de la fisicidad es una constante en Si esto es un hombre, pues, como afirma Primo Levi, en el lager el ser humano queda reducido a un cuerpo, y de la resistencia de dicho cuerpo (como de su utilidad en las fábricas en las que los campos de exterminio se convirtieron para sostener la industria bélica) depende su propia vida. Uno de los momentos más avasalladores de Si esto es un hombre es el de la cadena de montaje, con su recorrido en bucle efectuado por Primo Levi/Carlos Álvarez-Ossorio, contorsionando su cuerpo de un modo que, con los tan agresivos cambios de luces, acaba tomando la deformada presencia de una figura baconiana: cuerpo extenuado que termina por desmoronarse, atosigados nosotros mismos, como espectadores, por una música mecánica que recuerda a las orquestas ruidistas de Luigi Russolo o a coetáneos de Primo Levi en el género electrónico como Pierre Schaeffer y Pierre Henry. 120, son los pasos con los que Levi ha de transportar los materiales en esa cadena de montaje; 120 estaciones de un vía crucis en el que el cuerpo avanza hacia su desmoronamiento y derrota. Es, éste, el único momento en el que la palabra enmudece durante un prolongado periodo de tiempo: un pasaje en el que la mente no consigue articular más que el desgarrador grito final con el que es abatido aquél cuyo organismo alcanza el colapso.
El cuerpo será, también, una muestra imborrable del peso y, quizás, del no-alivio de la liberación final, pues en ese cuerpo la herida y la experiencia traumática se perpetúan, como número de identificación en el antebrazo: esa cifra, 174517, que vemos a Carlos Álvarez-Ossorio trazarse en escena, con una saña que parece más la de una escarificación que la de una escritura: herraje del hombre cual animal que llegaría, como epitafio, a la tumba del propio Primo Levi en el Cementerio Monumental de Turín, en cuya lápida leemos ese mismo guarismo.
Pero si una protagonista hay en escena en Si esto es un hombre, ésa es la palabra: palabra como refugio del yo, como último recurso para hacer visible y audible la memoria y la denuncia. Palabra narrada, en dos planos, como observador externo y como el propio Primo Levi, y palabra proyectada en escena, con narraciones, órdenes en alemán, topónimos y todo un palimpsesto del desasosiego, una gramática de la confusión, una mezcla de orden, caos y laberinto, como lo es el propio lager. Es una palabra que, como el cuerpo, es carne en sí misma, adquiriendo un peso orgánico, físico. Su forma final acabará siendo el canto: un lied extraído del Winterreise (1827) de Franz Schubert, sin piano: pura esencia en la voz del barítono Pablo Nieves, como forma de reconciliación, así como muestra de la poética inherente a un idioma, el alemán, que hasta entonces había aparecido en escena siempre asociado a la violencia. De este modo, y aunque Carlos Álvarez-Ossorio rehúye las lecturas religiosas de Si esto es un hombre, el Winterreise parece adoptar, en su desnudez, la forma de una salmodia, un punto de encuentro entre el mundo germánico y el hebreo: una luz tras el túnel de carne, despojos y sombras que habíamos transitado, heridos, como no podía ser de otro modo; despiertos, o eso esperamos.
Aquéllos que asistimos en la sala Artika de Vigo al estreno de Si esto es un hombre, el 24 de enero del 2020, fuimos inmediatamente consciente de hallarnos no sólo ante una obra de una incuestionable calidad ética y estética, sino ante una propuesta teatral de una capacidad concientizadora, por su radicalidad y verosimilitud, como pocas hemos visto sobre nuestros escenarios en los últimos años. Esa potencialidad y esa capacidad de comunicación para ponerse en contacto con públicos muy diversos (pues muy distintos niveles de lectura despliega Si esto es un hombre) ha deparado un exitoso recorrido de la obra en un buen número de localidades de España (con la dificultad añadida de que en su camino se topó con la pandemia). Que una obra tan radical y perturbadora haya sido finalista, el pasado año, en la categoría de Mejor Actor en la XXV edición de los Premios Max ha sido un verdadero respaldo por parte del mundo del teatro a la valentía de Carlos Álvarez-Ossorio; una mención que no puede más que congratularnos.
Si esto es un hombre es una obra que, necesariamente, perturba al espectador, y lo hace, en buena medida, por el propio medio a través del cual se expresa: el teatro. Es imposible no pensar, aquí, en Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit (La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica), el ensayo publicado en 1936 por otra víctima del nazismo, Walter Benjamin, en pleno auge de Adolf Hitler. El potencial político de Si esto es un hombre, así como su unicidad y el ponernos frente a la carne misma de un ser humano, obviando la reproducción industrial mecanizada y su aplanamiento estandarizado de la realidad, hacen que su impacto comunicativo se multiplique, y que lo haga de forma mucho más perturbadora que en el cinematógrafo. Es por ello que, el día en que obras como Si esto es un hombre nos dejen de perturbar, el día en que nos resulten indiferentes, quizás no sea tanto que la fuerza del arte que tal testimonio nos transmite se haya debilitado, como que en nosotros mismos haya empezado a eclosionar el huevo de la serpiente, y para ello no hay que alzar el brazo, portar estandartes o vociferar proclamas; llega, es más que suficiente, con callar y mirar para otro lado, siendo conscientes —como nos recuerdan Primo Levi y Carlos Álvarez-Ossorio— de que al final de ese trayecto está el lager. Así que, como nos llama el final de Si esto es un hombre, jugando con la polisemia de tal proyección en escena: ¡A levantarse!
Ficha técnica: Si esto es un hombre, un proyecto teatral de Carlos Álvarez-Ossorio (Cámara Negra Teatro), a partir de la obra homónima de Primo Levi. Dramaturgia, dirección e interpretación: Carlos Álvarez-Ossorio. Iluminación y técnica: Violeta Martínez Rivera. Dramaturgista y asesor de actuación: Juan José Villanueva. Asesor de alemán y de cuerpo: Alfonso Hierro-Delgado. Fotografías: Álvaro Rodríguez Galán. Comunicación: Fátima R. Varela. Barítono: Pablo Nieves. Grabación Sonora: Xosé Escudero. Distribución: Carlos M. Carbonell. Filósofo especialista en memoria histórica y Auschwitz: Manuel Reyes Mate.
6 de junio de 2023