Concha García: “Y la vida va”.
Galería Daniel Cuevas, Santa Engracia, 6 bajo centro
Madrid, del 12 de noviembre de 2020 al 08 de enero de 2021
El viaje como metáfora de la vida es una antigua figura literaria que se repite desde la Odisea. “Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos”, escribe Jorge Manrique, tras la muerte de su padre.
Son muchas las ocasiones en las que nos paramos “nel mezzo del cammin” a reflexionar sobre el sentido del viaje y el sentido de la vida. A veces esto sucede, durante el mismo viaje, desde la ventanilla del tren, mientras contemplamos melancólicos el paisaje. Concha García ha hecho de esta experiencia contemplativa una doble alegoría, del arte y de la vida, en su relación con la experiencia del viaje. Si es la propia fugacidad del paisaje la que nos vuelve melancólicos, Concha García trata de atrapar en su última exposición tanto aquella fugacidad como esta melancolía. Para ello, registra con su teléfono móvil el lento transformarse del paisaje, rescata e imprime algunas de estas imágenes pasajeras en su propio movimiento, y las dibuja en gran formato, para contemplar su belleza. De este modo, la imagen del viaje viaja ella misma a través de los distintos procedimientos artísticos, de la cámara al dibujo y del dibujo, de nuevo, al escáner y a la impresora digital. El viaje dentro del viaje, entonces, para tratar de atrapar precisamente aquello que se nos escapa. Pero lo que se nos escapa no es tan solo el paisaje que pasa deprisa ante nuestros ojos, sino también la propia vida. La otra metáfora de lo mismo es el río. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir” —cantaba el poeta. Y con el mismo tono sobrio, amargo y melancólico de Jorge Manrique, dibuja Concha García sus capturas de la fugacidad del paisaje y de la vida. “Coplas por la muerte de su madre” podrían ser éstas. Y así redibuja fotografías antiguas, lo mismo que redibuja primorosamente páginas de libros: La vida: instrucciones de uso de Georges Perec. “Sí, empezará aquí, entre los pisos tercero y cuarto del número 11 de la calle Simon–Crubellier. Una mujer de unos cuarenta años está subiendo las escaleras…”
Al modo de los conceptuales, convierte los textos en obras de arte y los enmarca. Pero ella los estetiza doblemente al redibujar las letras y las palabras. Convierte así el texto en un dibujo, borrando con ello la persistente diferencia que Jean-François Lyotard quiso instaurar entre el discurso y la figura. El mismo Lyotard que decía que “si el artista es alguien que expresa sus fantasmas, la obra no interesa más que a él mismo”. Sin duda Concha García, al igual que Jorge Manrique, se enfrenta con sus propios fantasmas. Y también es cierto que, al igual que aquel, se sirve de metáforas muy elementales y reiteradas. Pero, tal vez por eso, a pesar de que se enfrenta con fantasmas personales, sus obras se convierten también en metáforas universales. La fugacidad de la belleza de las rosas, por ejemplo. Nada menos que Anacreonte, uno de los primeros líricos griegos arcaicos, ya nos transmitió una bella meditación sobre las rosas. “Pues aliento es ésta de los dioses, y ésta es también el gozo de los hombres”. Del mismo modo, nuestra artista juega con la fugacidad de la rosa y con su fragilidad. Recupera las flores caídas de su jardín y las convierte en delicada porcelana. Pues “remedio de dolientes es la rosa, que a los muertos incluso los defiende”.