Director: Robert Guediguian.
Guion: Serge Valletti y Robert Guediguian.
Protagonistas: Ariane Ascaride y Gérard Meylan.
*Ariane Ascaride, copa Volpi a mejor actriz en el Festival de Venecia 2019.
Reparto: Lola Naymark, Grégoire Leprince-Ringuet, Anaïs Demoustier, Robinson Stéven, Jean-Pierre Darroussin.
Coproducción franco- italiana.
107’
GolemFilms.
Cine social.
Tras su paso por la cárcel, Daniel vuelve a Marsella a visitar a su exmujer, Sylvie, que ya tiene otra pareja e incluso una segunda hija. La hija mayor, que sí es hija de Daniel, acaba de ser madre y su esperanzador nombre es Gloria.
La película podría conducirse por derroteros más amables, pero no lo hará. Transcurre en un ambiente opaco, emborronado, donde se palpa una humanidad sucia y torpe, a veces desalmada.
La miseria vital que produce la pobreza es la verdadera protagonista del film. Incluso más amargo y gris que un Ken Loach, Guediguian refleja el aspecto más sórdido de la pobreza y cómo nos convierte en seres carroñeros.
La moraleja de la película no está clara. ¿Está la clase obrera conminada a ser insolidaria, cobarde y miserable o puede ser tal vez heroica y redentora? El director abre una pequeña brecha a la esperanza, pero de un modo eventual. Los pobres logran a duras penas subsistir, con parches y trampas, pero están prácticamente incapacitados para ser plenamente no ya libres, ni siquiera felices.
La perspectiva de Robert Guediguian no es contestataria o revolucionaria. Al contrario, parece más bien de resignación, de admisión de la “pena”. El pobre o es miserable o se inmola, porque ya tampoco tiene nada que perder. ¿Es el obrero un ser alienado incluso moralmente? Por ejemplo, Sylvie, uno de los personajes más “buenistas” de esta historia, se comporta con absoluta mezquindad, en una huelga de limpiadores en su empresa. El mensaje no nos queda muy claro. ¿Cuál es la gloria que nos cabe esperar en un universo globalizado? Acaso sólo cabe rendirse al capital o morir por él.