La estela funeraria de Orfeo y Eurídice

Hay en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles un bajorrelieve en mármol, encontrado en el s. XVIII en las ruinas de Herculano que representa a una mujer que da la mano a dos hombres a la vez. O, mejor dicho, da su mano derecha al que se encuentra a su derecha, mientras que toca el hombro del otro con su mano izquierda. Escrito en letras griegas, pero con trazo torpe y poco escultórico, aparece sobre cada uno de ellos el supuesto nombre de los tres: Hermes, Eurídice y Orfeo. Y como el personaje de la derecha del relieve parece llevar una lira en su mano izquierda, la mayor parte de los intérpretes no dudaron ni por un segundo en entender y explicar la composición como una “Estela funeraria”, con la imagen de Hermes llevándose consigo a Eurídice, de las manos de su amado Orfeo.

El poeta Rainer Maria Rilke vio esta estela en Nápoles en 1904 y ese mismo verano compuso en Roma un bellísimo poema, titulado “Orpheus, Eurydike, Hermes”, en el que reinterpreta el mito de Orfeo y Eurídice, como si fuera el dios Hermes el que se llevase a la novia muerta de nuevo a los infiernos.

Pero ninguna de las fuentes antiguas nos menciona la aparición de Hermes en el relato del retorno a los infiernos. Ni Aristófanes ni Platón lo mencionan. Pero tampoco Ovidio ni Virgilio. Y sin embargo, la mayor parte de los estudiosos, todos los manuales de historia del arte e innumerables blogs y páginas web, repiten esta historia, en algunos casos, con detalles sorprendentes. La página web del Museo Archeologico Nazionale de Napoli le dedica una historia, grabada en vídeo, con una larga disertación sobre el asunto, a cargo de un conservador del museo que data con erudición la pieza, e incluso lee con delectación los textos de Rilke sobre la obra.

Lo curioso de este enigmático relieve es que, en París, en el Museo del Louvre, hay otro relieve muy semejante que sin embargo difiere del napolitano en los nombres que aparecen inscritos sobre las figuras, en letras mayúsculas romanas: “Zetus, Antiopa, Amphion”. Lo sorprendente es que, a pesar de la clara inscripción, la página web del propio Museo del Louvre, siga interpretando esta lápida de mármol, como si fueran de nuevo Hermes, Eurídice y Orfeo. Haciendo caso omiso de los nombres que allí constan, se reinterpreta la lápida siguiendo el modelo napolitano.

Y sin embargo, si leemos correctamente la inscripción parisina, la interpretación tradicional de esta metopa, parece no tener absolutamente nada que ver con la catábasis de Orfeo, sino más bien, con Antíope y sus dos hijos, Zeto y Anfión.

La verdad es que yo apenas sabía nada de la historia de Zeto y Anfión, pero una sencilla búsqueda me llevó a encontrar el relato en la Biblioteca de Apolodoro. Al parecer, Zeto y Anfión fueron dos reyes tebanos, hermanos gemelos, nacidos de la relación entre Zeus y su madre Antíope. Al verse esta embarazada del dios, tuvo que huir de Tebas y abandonar a sus hijos en el monte, donde “un boyero los encontró y los crio, llamando a uno Zeto y al otro Anfión. Zeto se dedicó a apacentar la vacada y Anfión a la música, pues Hermes le había regalado una lira” (Apolodoro, Biblioteca III, 5).

La pobre Antíope por su parte se refugió en Sición, en casa de Epopeo, quien se casó con ella. Pero el entonces rey de Tebas hizo la guerra contra Sición, capturando a Antíope y encerrándola en una oscura mazmorra. Sin embargo, sus hijos, Zeto y Anfión, marcharon contra Tebas, liberaron a su madre, y gobernaron finalmente en la ciudad, a la que hicieron famosa por sus murallas y sus siete puertas, construidas milagrosamente con la ayuda de la lira de Anfión.

De este modo podemos reinterpretar ahora la metopa como el reencuentro de una madre con sus hijos, como el momento gozoso de su liberación o como el momento de su triunfo. Así se explica ahora mejor la lira en la mano izquierda de Anfión y la ropa de campesino de su hermano Zeto. Así se entiende ahora mejor la madurez de la matrona que los acompaña, con su cabeza cubierta por un manto, y no, como sugiere Rilke: “Estaba en una nueva doncellez, intocable; con su sexo cerrado, como una joven flor contra la tarde” (Trad. de José María Valverde).

Por Miguel Cereceda

Miguel Cereceda es profesor de Estética y teoría de las artes en la Universidad Autónoma de Madrid, crítico de arte y comisario independiente de exposiciones. Ha publicado El lenguaje y el deseo, El origen de la mujer sujeto y Problemas del arte contemporáne@. Su último libro, sobre teoría de la crítica, "Parcial, apasionada, política", se publicó en la editorial Árdora, en Madrid, 2020. Ha sido profesor invitado en las universidades de Potsdam (República Federal Alemana) y UDLAP (México).