Cualquier parecido, o diferencia, con la realidad actual es pura coincidencia
Quizás sea difícil hacer historia comparativa entre dos épocas que distan entre sí la friolera de veintiséis siglos, pero también me resisto a pensar que lo que significó la Grecia del siglo V antes de Cristo no solo en aquel momento ni en aquella ciudad-estado de Atenas, sino en las demás ciudades de su entorno. Todo ello sin querer profundizar en lo que podríamos llamar una especie de genética histórica que va larvando las sucesivas generaciones con una suerte de sello temperamental, etológico y genuino gracias a un suceso o a unos fenómenos -positivos o negativos- que hicieron huella en una población determinada.
Pericles, quien dirigió Atenas durante más de tres décadas, 461-429 a.C., permitió a esta ciudad, a este Estado, un momento relativamente corto, pero de tal plenitud y esplendor que, ahora, tan lejanos en el tiempo, es recordado en los estudios de nuestros jóvenes estudiantes, y se me antoja pensar que así será durante años y siglos. Tal fue la impronta que dejó entonces y a lo largo de los siglos hasta hoy.
En Atenas, oficialmente, nace la democracia directa, la δημοκρατία, el poder o gobierno del pueblo. En aquel siglo y en aquella ciudad se comenzó a practicar este tipo de democracia, que no es la indirecta o representativa que nosotros nos hemos dado en España, en Europa y en América, por ejemplo, sino que se propone y se ajusta a lo más parecido a la democracia en su estatus más argentino y auténtico; esta práctica, siendo tan antigua, hoy se sigue practicando en Suiza, por ejemplo. Se conviene y acuerda que las determinaciones o resoluciones las agencia, las empodera, el pueblo autónoma e independientemente en asamblea. Sobra representante alguno. Sí, comisionados emisarios cuya función exclusiva es transmitir la voluntad, comisión y delegación de la asamblea. También, esta práctica se ha elegido a lo largo de la historia, por ejemplo, por Rousseau y una parte considerable del Anarquismo y del Socialismo. La democracia así no consistía en elegir a los que les iban a representar, sino en hacer más llevadera y feliz la vida de los ciudadanos de aquella ciudad-Estado.
En consecuencia, no había sórdidas campañas; los políticos -de πόλις, ciudad- eran quienes velaban por el cuidado e intervención en la res publica de la ciudad; y había tal interrelación y estrechamiento entre los ciudadanos que estos veían crecer y progresar a su ciudad de una manera vertiginosa y consolidada. Pericles favoreció la realización de importantes construcciones comunes, alivió las condiciones para hacer más agradable y valiosa la vida de los ciudadanos de Atenas, y dando un gran fuerza y ayuda a cualesquiera manifestaciones culturales, artísticas y científicas. Fue el siglo del esplendor intelectual y político.
Sin embargo, la cultura y el arte no vienen regalados. En aquella época belicosa, las ciudades-estado de Grecia tuvieron que enfrentarse a la flota usurpadora persa (480 a. C.) en el amplio golfo de Egina, en la isla de Salamina, adonde se llega a la preciosa y gran ensenada de Eleusis, a 21 kilómetros de Atenas. Después de esta batalla naval, Atenas gana gloria y notoriedad, creando los inicios y los principios de una influyente superpotencia; Esparta quedará separada. Grecia conocerá la era más majestuosa de la Grecia clásica. Atrás había quedado la Batalla de las Termópilas (en agosto o setiembre del 480 a. C.) que, aun durando solo tres días, fue un modelo que nos dejó una parábola del alcance que puede conseguir un pueblo con lealtad y pundonor y con la ayuda de todo ese país, por pequeño que sea. Igualmente, la actuación y el estilo que utilizaron en esa batalla nos han legado la imagen de que la conducta no puede ser otra que la de los arrestos y la hombría cuando la desdicha parece o es impracticable; en este caso, la fatalidad no era otra que el poderoso e imperialista ejército persa de Jerjes. Curiosamente la vaguada de las Termópilas era una estrecha garganta de no más de una docena de metros -hoy, por la erosión, es de un kilómetro-, pero no más ceñida y asfixiante que la que está soportando el pueblo griego en pleno siglo XXI.
También entonces, los espartanos -el diez por ciento del ejército griego, pero valientes- fueron abatidos por los persas, después de haber demorado y atrasado su acometida y haber mermado y castigado su espíritu. Además, habiéndoles provocado grandes perjuicios con esos recursos. Como guerreros profesionales que eran, y verdaderos patriotas, dispusieron de tiempo suficiente para que sus conciudadanos griegos se retirasen de sus polis y acondicionasen y proyectasen la custodia y ampara de los suyos. Pero lo más importante es que habían aprovechado aquel momento, la ocasión propicia, para que todas las ciudades griegas fortaleciesen su alianza y aprendiesen qué estaban significando aquella lucha y enfrentamiento.
La armadura de los persas estaba desprotegida, en franca desigualdad en el contacto físico directo; no así los hoplitas griegos, soldados de infantería con armas pesadas, mejor equipados frente al adversario.
Por otra parte, en número y en naves, la inferioridad griega era patente. Solo pudieron salvarse con la estrategia, la experiencia y la habilidad. ¿Podrán liberarse ahora del yugo de Europa y de la troika? Su sello genético dice que sí. Metafóricamente, seguro que ya han pensado en regalarles un enorme caballo de aldaba, de madera, y así introducirse sigilosamente en ese medio tan poco favorecedor y próspero hacia ellos, con el objetivo de llegar a hacer un cambio en Europa a sus orígenes, a los de la Unión Europea, “…nacida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los Estados y los pueblos de Europa”. No va a haber tal regalo. Algunos de nuestros representantes europeos seguro que han leído La Guerra de Troya (entre los siglos XIV y XII a. C.), y opino que no son tan necios como para meter en las instituciones que nos representan a personas con más justicia y sentido de la integración, del gobierno y de la solidaridad.