“Shadows are falling and I’m running out of breath,
Keep me in your heart for a while”
Warren Zevon
Es un lunes noche de septiembre de 1982. David Letterman, una figura emergente del late- talk show americano, está a punto de entrevistar a Warren Zevon, amigo suyo y colaborador ocasional en la banda del programa. Con su melena rubia, su traje oscuro, su camisa de cuellos ochenteros y sus gafas redondas, Warren es el rey del patio. Su álbum Excitable boy, lanzado en 1978, le ha convertido en uno de los músicos de más éxito del panorama del folk-rock. La revista Rolling Stone ha incluido al de Chicago entre los mejores artistas emergentes de la década de los 70, junto a Neil Young, Bruce Springsteen y Jackson Browne, aunque en términos de fama no puede competir con ninguno de ellos.
Con una sonrisa de suficiencia, Zevon inunda el plató con su enorme carisma, que se traslada desde su escéptica ceja arqueada a todos los presentes. Sin pestañear, afirma que consume “un par de litros de vodka” al día. Cada chiste que suelta con tono plano y apariencia desganada, es recibido con carcajadas del público y del propio Letterman.
Las letras de Zevon en esta época destilan talento y humor negro a partes iguales. Éxitos como Lawyers, guns & money o Werewolves of London muestran a un hombre irónico y mordaz que, apenas pasada la treintena, adopta un estilo musical ecléctico y trabajado. Pero también insinúan una parte más oscura, casi autodestructiva, que no tardará en atrapar a Warren.
Esa misma visión cínica y macabra de la vida que distingue su música le llevará a sucesivas crisis personales en la década de los 80. A pesar de exhalar magnetismo, su relación con el éxito es complicada. Más allá del dominio del entorno que parece demostrar en sus apariciones públicas, Warren no es un hombre que disfrute de los elogios ni del ruido mediático. No es un ídolo aclamado, pero desde su segunda fila sí goza de cierta popularidad. El contraste entre el personaje con don de gentes y el individuo solitario e introvertido sume a Zevon en una espiral de excesos. Su alcoholismo es cada vez más intenso, así como su adicción a las drogas.
Tras una travesía en el desierto de trabajos decepcionantes, problemas con sellos discográficos, rupturas sentimentales e incluso algún ingreso voluntario en centros de desintoxicación, publica en 1986 A quiet, normal life, un recopilatorio de sus mayores éxitos cuyo título es toda una declaración de intenciones. Junto a Bill Berry, Peter Buck, Mike Mills y Michael Stipe -que más tarde formarían R.E.M-, además de Brian Cook, funda la banda Hindu Love Gods, que obtiene cierto éxito en el lustro sucesivo. En esta etapa, Zevon destaca en la faceta más reconocida de su música, la de letrista. El esfuerzo vale la pena, y la carrera de Zevon despega de nuevo.
Otra vez como artista en solitario, Warren vuelve a coquetear en sus letras con la muerte y el humor negro en el álbum Mr. Bad Example. Inicia además una etapa de colaboraciones con los mejores músicos de la época: Neil Young, Bob Dylan, Chick Corea o su bajista Jorge Calderón desfilan por los estudios de grabación en compañía del que es ya considerado uno de los mejores letristas de Estados Unidos. Zevon parte de gira por Europa y Australia, y para finales de los años 90, forma ya parte de la primera fila; no en el terreno mediático, pero sin duda sí entre sus compañeros de profesión. Mientras que Zevon no es ni por asomo una estrella respecto a las ventas y el seguimiento público, los autores consideran a Zevon uno de los más relevantes compositores del folk-rock. Su Mutineer, de 1995, es para muchos la cumbre de su trayectoria en cuanto a calidad musical, y la antología I’ll sleep when I’m dead recoge en 1996 los mejores frutos del de Illinois.
Sin embargo, la época de hundimiento había dejado en Zevon varias cicatrices. Manías compulsivas -llega a coleccionar más de mil camisetas de Calvin Klein- y fobias insuperables – especialmente a los médicos-, dan fe de que Warren tiene un pasado turbulento. Con todo, el cambio de siglo halla en él a un hombre con ataques de tos crónicos que fuma tres paquetes diarios de tabaco, pero que por primera vez ama la vida y se encuentra en paz consigo mismo.
El 30 de octubre de 2002, un David Letterman ya canoso se dispone a entrevistar de nuevo a su amigo Warren Zevon. Como si el tiempo se hubiera detenido, Warren hace su entrada en plató con la misma melena rubia, el mismo conjunto de traje oscuro y camisa, las mismas gafas redondas. Lo único que ha cambiado en estos veinte años es que Warren Zevon, a sus 56 años, se muere.
Desde hace unos meses, Zevon venía sufriendo dificultades respiratorias y dolores agudos en el pecho. Ante la insistencia de su dentista, el único doctor que visitaba regularmente, consintió una excepción a su norma y visitó a un médico, que le diagnosticó un mesotelioma peritoneal, una variedad de cáncer maligno e incurable, relacionada con la inhalación de asbesto: la misma enfermedad que mató a Steve McQueen, como él mismo se encarga de hacer constar con una sonrisa. Le quedan unos pocos meses de vida. “Tal vez fue un error estratégico no ir al médico en veinte años”- confiesa a Letterman con su sorna característica. El músico que se había burlado de la muerte en tantas de sus letras, se encuentra ahora de frente a la misma.
Zevon ha rechazado tratamientos para alargar su vida alegando que podrían incapacitarle: “He hablado con gente que tiene enfermedades que debilitan, afecciones paralizantes y esas cosas. Comparado con eso, lo mío es como un paseo por el parque. No tendré que preocuparme por cosas como tener colesterol, engordar, quedarme calvo…”. La voz despreocupada y sarcástica de Zevon es acogida con aplausos y vítores a cada pausa, muy al estilo americano de convertir cualquier cosa, incluso una sentencia de muerte, en un show.
“Supongo que ahora disfrutaré de cada sandwich”- reconoce Warren esa noche en una frase que habitualmente es atribuida erróneamente a James Dean-,“A veces me siento desesperado, claro. Tienes que ser estúpido para no estarlo. Pero ahora tengo que moverme rápido”. Su prisa se debe a que ha decidido dedicar el final de su camino a lo que más le gusta. “Este es un buen trabajo. Ha sido un buen trabajo. El trabajo es la droga más efectiva que existe”. Está creando, junto a Jorge Calderón y otros colaboradores del panorama musical, un álbum llamado The Wind. Si consigue terminarlo, será su canto del cisne.
La última pista del disco lleva por nombre Keep me in your heart. Se trata de una despedida grandiosa que Zevon dedica a sus seres queridos. De cada palabra se desprende la consciencia serena de un fin de viaje y el amor que se lleva consigo. Este testamento vital es un tema muy sencillo en lo armónico, cuya gran fuerza reside en la carga sentimental paradójicamente positiva que porta. Una canción terriblemente triste por las circunstancias, que encierra en sí un optimismo mágico. Es un funeral en el que el homenajeado está ahí para consolar a los que lloran. Un arrebato vital de melancolía radiante y bella de un hombre que se muere y lo sabe.
Warren permite que las cámaras de VH1 estén presentes durante la grabación de The Wind. El resultado es un estupendo documental de Nick Read, en el que se muestra como un Zevon cada vez más deteriorado arenga de forma constante a sus compañeros de grabación para llegar a tiempo. El 26 de agosto de 2003, el disco ve la luz. Warren fallece el 7 de septiembre, y sus cenizas son arrojadas al Pacífico que baña las costas de Los Ángeles, ciudad en la que pasó gran parte de su vida.
En 2004, The Wind obtuvo cinco nominaciones y dos Grammys póstumos, uno de ellos como premio a su colaboración con Bruce Springsteen en Disorder in the House. Fueron los primeros Grammys de Warren en más de treinta años de carrera. El disco alcanzó el puesto número 12 en las listas de Estados Unidos, el puesto más alto de Zevon desde Excitable boy. El tema Keep me in your heart se convirtió en un himno a la vida, y ha sido utilizado en series de éxito como House o Boston Legal, siempre en relación con un diagnóstico de cáncer terminal.
The Wind incluía una colaboración con Billy Bob Thornton para versionar Knocking on Heaven’s Door, con la voz de Zevon de fondo cantando el desgarrador “Open door, open door for me”, como un soldado que, perdida la batalla, por fin entiende el don que es estar vivo. Es posiblemente la interpretación más genuina que se ha conocido del tema del cowboy moribundo de Dylan. En 2009, en una entrevista con el productor musical Bill Flanagan, el genio de Minnesota se entregó a Warren Zevon: “Sus esquemas musicales están en todas partes. En un solo tema de Warren puedes encontrar hasta tres canciones diferentes, todas ellas conectadas como si fuera fácil. Era un músico entre músicos, un hombre torturado. Desperados under the Eaves: ahí está todo”. No hay mejor embajador para el legado de un músico formidable que no suena en las radios, cuya discografía está descatalogada y solo puede encontrarse en tiendas especializadas, pero que miró cara a cara a la muerte con una naturalidad pasmosa y, antes de irse con ella, decidió honrar a la vida con un último baile.