La verdad por delante, no soy un gran devorador de poesía. Me gustaría serlo porque hay poemas, y versos, que me encantan, pero la mayoría ni los entiendo ni me consiguen emocionar. Quizás por eso valoro mucho más las tardes en que mi abuelo me recitaba, casi siempre de memoria, Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Aunque sólo sea por razón de los recuerdos, es y será uno de mis libros de cabecera.
Si habitualmente tengo la sensación de que el poeta quiere decir muchas más cosas de las que soy capaz de captar, esa sensación se multiplica cuando el creador es extranjero. No creo en las traducciones poéticas porque es inevitable que muten las obras, aunque casi siempre son la única vía que tenemos de acceder a ellas. Prefiero, si mis conocimientos me lo permiten, leer la obra original y que ésta me evoque lo que no comprendo a que sea el traductor el que interprete por mí. Y esto me gusta porque creo que la poesía es una experiencia estrictamente sensorial.
Uno de mis poetas extranjeros preferidos, si no el que más, es el americano Robert Frost. En un viaje a Nueva York encontré sus obras completas por 9.99 $ y no me lo pensé dos veces. Ya les adelanto que su poema que más me gusta es Abedules (Birches) y que si tienen ocasión, deberían leerlo. En cambio, hoy no quería hablar de abedules, sino de aquel verso que dice Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo-/yo tomé el menos transitado/y eso hizo toda la diferencia.
Estos famosísimos versos son el final de El camino no elegido (The road not taken), escrito por Frost en 1916. A fuerza de reproducir una y otra vez este fragmento, pues lo hemos oído incluso en anuncios televisivos, tengo la sensación de que se ha profanado universalmente el significado del poema. Léanlo entero:
THE ROAD NOT TAKEN
Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth.
Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim,
Because it was grassy and wanted wear;
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same.
And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I kept the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way,
I doubted if I should ever come back.
I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I–
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.
EL CAMINO NO ELEGIDO
Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;
Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.
Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.
Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.
De tanto repetir el final se ha convertido en una llamada a la valentía, a romper con lo convencional y apartarse de los caminos conocidos y frecuentados para abrir nuestra propia senda. Y yo no estoy conforme con ello. Es posible que me equivoque, pero siempre he pensado que el verdadero mensaje de este poema se esconde en la arbitrariedad de la decisión tomada, nota que creo que queda más patente en la versión original, que presenta ambos caminos como idénticos. En cualquier caso, bastaría con atender a los dos versos que preceden a los tantas veces citados para darse cuenta de que se trata de una crítica al gusto humano por el autobombo y la tendencia a engrandecer nuestras acciones, pues el poeta reconoce que la elección del camino menos transitado no es más que lo que contará con los años. Muy típico de Frost, siempre irónico. Todos nos enfrentamos diariamente a la toma de decisiones y compartimos el deseo, plasmado en el poema, de conocer, antes de decidir, todo lo posible sobre los distintos caminos entre los que nos debatimos. También estamos acostumbrados a la sensación de que todas las opciones ofrecen similares ventajas (y desventajas) y a la familiaridad de la angustia ante la certeza de que no tendremos ocasión de volver a esa misma encrucijada una vez tomemos la dirección elegida. Pero sobre todo, todos hemos experimentado las dudas ante el posible arrepentimiento futuro y por eso necesitamos reafirmar nuestra elección. Entonces, los motivos que utilizamos para decidir se difuminan hasta carecer de importancia y volverse insignificantes. La perspectiva del tiempo nos hace dulcificar el recuerdo de las incertidumbres de la vida. Porque de otra forma, vivir nos ahogaría.