El título de esta compilación de ensayos de Miguel Cereceda —“Parcial, apasionada, política (la crítica en cuestión”— posee, además del rasgo afirmativo de su mismo enunciado, la suficiente densidad y variedad interpretativas (o mejor: discursivas), para trazar diferentes, y a su vez complementarios, espacios de significación crítica y teórica dentro del marco establecido por los tres subjetivos ejes en los que ha dividido “la crítica en cuestión” (o “la cuestión de la crítica” que también): la necesaria fragmentación (lo parcial) de su decir o proceder; la vehemente (o apasionada) manifestación de sus elementos estructuradores de sentido, y el procedimiento o régimen estético (la cualidad política,en el sentido otorgado por Rancière) desde el cual la crítica se abre (o se ofrece) a una interpretación del arte (que también es indefectiblemente una interrogación) en tanto que transfiguración del mundo en universo poético, estético, simbólico.
De ahí que el título me haya recordado dos famosos inicios, o arranques. El de la Teoría estética de Adorno (autor muy citado y frecuentado por el autor del libro): “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia”. El otro inicio (más próximo al del filósofo alemán de lo que pudiera parecer) es el brillante y muy narrativamente conceptual creado por Tolstoi en Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Bien contemplado, todas las “buenas críticas” se parecen bastante entre ellas, y las “malas” lo son fatalmente diversas y singulares entre sí. Ambos inicios podrían unirse en productiva simbiosis en la idea de “placer negativo” que Cereceda, citando al filósofo inglés del siglo XVIII Edmund Burke, desarrolla muy bien en el magnífico capítulo titulado “Teatro de la crueldad”.
De los siete apartados que conforman el libro —expresados con una sugerente calidad de escritura que combina la erudición académica con una espontaneidad (o desenfado) de fácil lectura en las tesis y argumentaciones—, el más antiguo corresponde al año 2006 y al 2017 el más cercano al presente. A pesar de haber sido escritos todos los textos para diferentes situaciones y contextos —conferencias y ponencias, prensa escrita y digital, catálogos de encuentros de arte contemporáneo, coloquios, revistas de facultad, congresos…—, supongo que el autor ha revisado todos los escritos para la publicación de los mismos en forma de libro. De ahí que ni la separación temporal, ni las diferentes circunstancias de la realización de los escritos, afecte a la calidad del volumen en tanto que unidad, debido, lógicamente, a esa “puesta al día” (por mínima que fuera) que consigue que la lectura se realice de una manera que podríamos definir (de forma sin duda bárbara, redundante y “rara”) como “presencial en el presente”. En definitiva, como si los ensayos se hubieran escrito en el último año y con la intención de ser publicados como ahora los leemos. En realidad, ello no deja de ser, en esencia, una paradoja “textual”, o si se quiere una cualidad interna del convulso “decir” que toda crítica esgrime como necesidad inherente al pensamiento que provoca el crear discurso desde la teoría y el lenguaje.
¿Toda crítica es un acontecimiento que lo provoca la propia “salida al mundo” de la creación artística con el deseo de establecer algo así como una “verdad en construcción”, en una compleja ontología de la actualidad creativa y estética? Es posible, pero esta interrogación es una pregunta sin respuesta, como la extraordinaria composición de Charles Ives The Unanswered Question, donde su autor asigna a la “pregunta” siete sucesivos solos de trompeta, siendo respondida la pregunta o cuestión por una imposible tentativa de respuesta por parte de las maderas. Pues bien, me gusta pensar que los siete ensayos que conforman el libro son como los siete solos de trompeta de la composición de Ives, y con la particularidad de que esos “solos” han sido escritos cada uno de ellos en una tonalidad diferente, pero que acabada la lectura nos queda la resonancia de una compleja unidad de especulación crítica y teórica. Los títulos de los ensayos son lo suficientemente “sonoros” para comprobar, como ya he apuntado, la diferente tonalidad en la que han sido escritos: “Teoría crítica”, “Crítica y crisis”, “¿Qué es el arte?”, “Corrección: una cuestión de estilo”, “Aproximación a lo sublime”, “Teatro de la crueldad”, “Crítica (de arte) y teoría crítica”. A estos siete movimientos (en su sentido musical) se le podría agregar una coda, y esto ya pertenece a mi propia especulación, que también es una pregunta sin respuesta: ¿Toda creación habla por sí misma o únicamente lo hace a través de las interpretaciones? Es decir: ¿”La crítica en cuestión” o “La cuestión de la crítica”?
Uno de los ensayos que más me ha gustado e interesado es el que lleva por título “Corrección: una cuestión de estilo”, pero antes de llegar a esa sección nos encontramos con una pequeña “pista” en el primer capítulo. Dice así este discreto, pero muy significativo avance, que posteriormente será desarrollado con mayor densidad teórica: “La corrección es el verdadero criterio del que la crítica de arte se sirve para valorar las obras, criterio que a su vez impide que la crítica de arte se encierre en un mundo de cristal, le impide tener una existencia separada y le exige además su propia responsabilidad para con el mundo”. Podemos pensar (o interpretar) que, si toda crítica es un laborioso travelling de acercamiento a una concreta realidad dada, lo que el autor de estos ensayos entiende por “corrección” —título, por cierto, de una de las novelas más obsesivas de Thomas Bernhard, pues se inspira en la casa que el filósofo Ludwig Wittgenstein construyó para su hermana— bien se puede entender esa “corrección” con el mismo argumento que el cineasta Godard defendía la técnica del travelling: como una cuestión moral. Llegados a este punto no creo errar demasiado si afirmo que estos magníficos ensayos son formas de expresar y defender “la crítica en cuestión” como una compleja y necesaria “cuestión moral”. ¿Acaso podría ser de otra manera si la misma crítica la entendemos como “parcial, apasionada y política”?