Susana y los viejos

Una historia apócrifa, en el libro de Daniel, que trata de mostrar la sagacidad jurídica del profeta, al interrogar por separado a dos testigos, se terminó convirtiendo, sorprendentemente, en el gran mito erótico moderno. La historia cuenta las desdichadas desventuras de la casta Susana, acosada sexualmente por dos viejos rijosos, quienes, como no consiguen satisfacer sus bajos instintos con ella, la acusan injustamente de adulterio. Un joven profeta Daniel interroga hábilmente a los falsos acusadores y consigue demostrar su culpabilidad, a la par que la inocencia de Susana.

La historia bíblica se deleita claramente en dos momentos de la desnudez de la bella Susana. El primero, es el que tiene lugar en el jardín de Susana, espiada por los viejos mientras se baña, y es el que la gran pintura del Renacimiento italiano ha popularizado universalmente. La segunda ocasión, apenas conocida, es cuando es llevada a la asamblea, para ser acusada delante de todos:

«Al día siguiente todo el pueblo concurrió a la casa de su marido, Joaquín, y vinieron asimismo los dos ancianos, llenos de perversos pensamientos contra Susana, a quien pretendían hacer morir. Ante el pueblo dijeron:Enviad por Susana, hija de Helcías y mujer de Joaquín. Y la mandaron llamar.

Llegó Susana, y con ella sus padres, hijos y todos sus parientes.Era Susana muy delicada y hermosa de aspecto.Iba cubierta, y aquellos malvados mandaron que se descubriese para saciarse de su hermosura» (Daniel 13, 28-32).

Es muy posible que el mito de Susana y los viejos sea tan solo un mito griego, que aparece en la versión bíblica de los setenta, hacia el s. III a. C. De hecho, la historia de Susana no aparece entre los libros canónicos judíos ni es tampoco aceptada por la tradición protestante. Pero este mismo momento de desnudez ante la asamblea fue eróticamente muy explotado, en el s. XIX, en torno al mito de la hetaira Friné, quien, acusada de homicidio, fue indultada por sus jueces, cuando su abogado, falto de otros mejores argumentos mostró ante el tribunal los encantos sexuales de la acusada. Según nos cuenta Ateneo de Náucratis:

«Hipérides, el abogado de Friné, al no conseguir conmover a los jueces y temiendo que la fueran a condenar, decidió ponerla ante la vista de todos, desgarrando su túnica y desvelando su pecho. En ese momento encontró argumentos tan conmovedores, que los jueces, asaltados por un temor supersticioso frente a una servidora y sacerdotisa de Afrodita, se dejaron ganar por la piedad, y se abstuvieron de condenarla a muerte» (Banquete de los eruditos, XIII, 59).

Jéan-Léon Gérôme, Friné ante el areópago, Kunsthalle Hamburg, 1861.

A pesar de los paralelismos, la bella Susana no se salvará de la lapidación por su belleza, sino también por las buenas maneras de su abogado quien, sirviéndose de un procedimiento judicial relativamente moderno, al interrogar por separado a los testigos, consigue demostrar su inocencia.

Sea como fuere, el mito de la casta Susana comenzó a representarse en el arte cristiano desde muy temprano, como modelo de resistencia ante el acoso sexual y de virtud. De hecho, tenemos una verdaderamente casta representación del mito en las catacumbas de Priscila, hacia el s. III. Pero solo a finales del s. XV se convirtió en un verdadero mito erótico. La escena de Susana y los viejos fue pintada, entre otros, por Tintoretto (1560), Veronés (1580), por Rubens para el duque de Mantua (1610) y también por Rembrandt (1636).sj

Susana y los viejos, Catacumbas de Priscila, Roma, s. III.

Es sin duda una escena ideal para la pintura. Pues en ella se recoge también la seducción de la belleza escópica (el placer de mirar) y la autorrepresentación de la pintura y de sus amantes.

De ellas, tal vez la más voluptuosa sea la de Tintoretto. Pero no la del museo del Prado, sino la que se encuentra en el Kunst Historisches Museum de Viena. Tal vez por el uso de las joyas, en las que se combinan delicadamente lujo y lujuria, o tal vez porque ella se mira desnuda ante el espejo, mientras se seca con un paño, a la vez que los viejos rijosos se ocultan, mirándola a un lado y otro de un seto. Y también está la versión del Veronés, cubriendo su desnudez y enfrentándose airadamente a sus enemigos.

Y por supuesto está la interesante versión del tema, ejecutada por Artemisia Gentileschi, en el mismo año en que fuera pintada la de Rubens. Pero de esa tal vez será mejor que hablemos otro día.

Por Miguel Cereceda

Miguel Cereceda es profesor de Estética y teoría de las artes en la Universidad Autónoma de Madrid, crítico de arte y comisario independiente de exposiciones. Ha publicado El lenguaje y el deseo, El origen de la mujer sujeto y Problemas del arte contemporáne@. Su último libro, sobre teoría de la crítica, "Parcial, apasionada, política", se publicó en la editorial Árdora, en Madrid, 2020. Ha sido profesor invitado en las universidades de Potsdam (República Federal Alemana) y UDLAP (México).