Danto, ese sabio | Revista Artes y Cosas

 Autor: Mario Rodríguez Guerras

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Danto elabora una teoría del arte al intentar buscar la diferencia entre las Cajas de Brillo de un supermercado y las de Warhol. Entiende, puesto que no hay una diferencia entre unas y otras, ya que la imagen artística y el objeto son idénticos, que el arte ha quedado confundido con la realidad y que el arte ha llegado a su final al haber ofrecido las conclusiones que perseguía.

Para ello, Danto establece que el arte comienza con el Renacimiento, en lo que denomina la era del arte, ya que, a partir de ese momento, la pintura se concibe como representación del mundo, a diferencia de los tiempos que le preceden en los que, como ocurre en el arte bizantino, el arte no se concebía como representación sino que la imagen representada era creada para ser venerada. La primera consecuencia de toda su teoría es que el arte solo ha existido desde el renacimiento hasta mitad del siglo XX.

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Danto establece que las obras anteriores al renacimiento se habrían realizado antes de la era del arte. La interpretación de que hasta el año 1400 la obra era objeto de veneración es completamente falsa pues solo en algún tiempo y algún lugar –más o menos extensos- las obras tuvieron esa consideración, y esa interpretación supone confundir el sentido de las eras y los períodos del pasado. Ni el arte del Paleolítico tenía nada que ver con el del neolítico que, por cierto, no hace sino mostrar el mundo tal y como le percibían aquellos hombres, ni el arte griego se confunde con el romano, este último más interesado por el aquí y ahora que por las ideas trascendentales. En cuanto al arte bizantino es cierto que atribuían a los iconos propiedades sobrenaturales pero nadie veía en las representaciones del emperador al propio emperador que sabían era un ser real y mortal. Pero la interpretación de Danto demuestra la astucia de su tergiversación y revelamos que esa astucia es consecuencia de una incapacidad para el análisis adecuado, incapacidad muy extendida entre los sabios. A falta de la verdad, Danto ofrece una opinión que, por ser de un sabio, se santifica social y culturalmente. Y luego se desprecia a los creyentes por ingenuos.

En el arte bizantino, los iconos no solo eran venerados, eran considerados santos. La revelación que Danto hace de la identificación entre arte y realidad ya había sido descubierta tiempo atrás.

Aun asumiendo que antes de la era del arte la imagen fuera percibida como una realidad o simplemente fuera objeto de veneración, no deja de ser un error no tener esa imagen por creación artística pues ni ha surgido por generación espontánea ni es hija de ninguna virgen. Aquello podía ser tenido por el mismo santo por los creyentes pero era una imagen producida por la mano del hombre, por lo tanto, era una representación. Danto confunde lo que es un icono, le otorga, de forma interesada para justificar sus ocurrencias, un valor por el uso que se hace de él, en lugar de concebirle como lo que es, una representación. Aunque en aquellos tiempos se pensara que las imágenes habían sido pintadas por los mismos santos o recibidas de la mano de Dios, esas creencias no pueden tener valor dentro de una explicación lógica. Si, evidentemente, eso es un imposible absoluto, llega Danto, sabio y para colmo ateo, lo asume como verdad y lo emplea como argumento filosófico.

La imagen, por otra parte, no podría ser, en modo alguno, fea. La belleza era una cualidad intrínseca a toda creación. La idea de una obra carente de belleza corresponde al pensamiento del siglo XX y no se puede aplicar nuestro modo de pensar a los hombres de otra época en la que regía el principio de identidad entre lo bello, lo bueno y la verdad. La verdad debía manifestarse de una forma bella y tenía que ser percibida como cosa bella.

Cuando los occidentales llegaron a oriente preguntaron a los monjes budistas qué era aquello que cantaban. Los monjes les corrigieron y respondieron que ellos no estaban cantando, ellos estaban orando. Esa respuesta parece haber dejado satisfechos a los occidentales porque no se encuentra explicación ulterior a ese hecho. Pero el caso es que es necesario ofrecerla para dejar claros los conceptos y la forma correcta de razonar demostrando el error de la lógica aplicada tanto en ese caso como en muchos otros. Porque el hecho es que ambos tenían razón y no lo entendieron. Mientras que el occidental preguntaba por el cómo, el oriental respondía al qué. Es decir, el monje oraba mediante un cántico, no rezaba a través del la meditación interna ni de la recitación de un texto sino mediante, digamos, una “melodía”, una forma artística, que no es ni una forma racional ni espiritual de expresión.

Danto comete este mismo error. No comprende que, en el acto de los ortodoxos, hay dos aspectos diferentes, uno, qué hacen, venerar al santo, y, otro, cómo lo hacen, a través de un icono, una imagen representada. Y, para un estudio del arte, Danto se acoge al qué, más propio de la antropología, despreciando el medio artístico, el cuadro. Para colmo, como hemos dicho, se enroca en su error al atribuir esa misma situación a todo el arte anterior a la era del arte, es decir a todas las creaciones realizadas, al menos, desde hace cuarenta mil años lo cual demuestra su ignorancia sobre el sentido de las diversas culturas y estilos que nos han precedido.

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Danto divide su era del arte en dos partes, la mímética, hasta la aparición de Gauguin, y la modernista, período que termina con las cajas de Warhol.

A diferencia de lo que dice que ocurría en ese pasado, desde el renacimiento, se percibe la pintura como representación, el arte y el artista se han conceptualizado y, por eso, es arte. La modernidad, por su parte,pretende explicar el significado del propio arte. La pintura estudia los elementos de la pintura para determinar qué es aquello que hace que una obra sea arte. A través de los manifiestos, cada grupo de artistas defiende el valor de cada uno de los estilos modernistas como la conclusión de esa definición del arte, que solo alcanza a definir Warhol. En ambos períodos Danto observa una evolución, en un caso, técnica, hasta perfeccionar la imagen representada; en el otro, filosófica, hasta alcanzar, progresivamente, la definición adecuada.

Greenberg dice que la modernidad pone de manifiesto los elementos de cada una de las artes. Pero el arte estudia los elementos del arte, es el observador el que interpreta el hecho como tendente a identificar las características de cada arte. El resultado es el mismo, lo interesante es determinar el punto de vista desde el que las vanguardias plantearon su actividad y el utilizado para analizarlas, como guerra entre las artes o como simple manifestación de cada una de ellas.

Terminada la modernidad y cumplida la tarea de definir filosóficamente el arte, este, dice Danto, carece de la posibilidad de la búsqueda de la perfección técnica o de la definición filosófica por lo que ninguna obra puede perseguir finalidad alguna, luego ya no habrá arte, aunque haya obras de arte. Es el postarte, propio de la posthistoria período en el que cualquier cosa puede ser arte.

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Esta última aseveración pone en evidencia su ignorancia sobre lo que es el arte. Ya el hecho de establecer en la era del arte dos períodos regidos por principios diferentes constituye una incoherencia pues dos principios distintos no relacionados darán lugar a dos cosas distintas y no hay teoría que admita algo parecido. La gravedad atrae a la materia, pero el fuego la quema. Distinto es el caso de la aplicación de causas diferentes, las cuales pueden producir el mismo efecto: pierdo la cartera o me la roban, igualmente, me quedo sin ella. La conclusión de Danto debería ser que hay dos cosas distintas en la era del arte, que debiera denominarse la era de las dos cosas diferentes, no existiendo ninguna razón para que se denominara a una de ellas arte y no a la otra, pero siendo imposible considerar ambas cosas de la misma naturaleza.

Danto no ofrece causa, razón o fundamento que explique cómo y porqué se aplican esos principios en ese momento al arte. Es decir, no explica porqué el hombre, de repente, dejó de adorar imágenes para considerarlas arte, cambiando supuesta una actitud milenaria.

Danto no pasa de buscar una definición del arte a hacer una filosofía de la historia del arte. Lo que Danto acaba por hacer es algo así como una descripción de los usos aparentes que, a lo largo de la historia, se ha hecho del arte. Pero es una descripción tan plagada de errores que no es ni esa historia de la utilidad del arte.

Cuando Danto deja de buscar una definición del arte para buscar las condiciones del arte, pasa de hacer teoría a hacer interpretación. La teoría es más difícil de resolver pero más veraz. La interpretación es más sencilla de realizar pero no hay forma de saber cuánta verdad posee… hasta que se contrasta con la verdad teórica.

Valorar la historia por sus resultados es una forma interesada y errónea de valoración. Si Hitler invadió Polonia no lo hizo para perder la IIGM, lo hizo para acabar por conquistar Europa. El desenlace nada dice de las causas que motivaron sus actos. Por otro lado ¿Tiene un propósito el arte? es decir ¿Tiene un propósito la humanidad? Dos formas aparentemente contradictorias de refutar el análisis de Danto, pero no lo son porque se refieren a situaciones diferentes. Si había un propósito en el arte, éste no necesariamente determina los efectos. Pero cabe preguntar ¿cómo puede el arte poseer voluntad? pues la voluntad solo pertenece al individuo consciente, la humanidad, en su conjunto, actúa como fenómeno con una voluntad ciega y no determinada. Por otra parte, aceptando su tesis de que el arte tiene que ser acerca de algo, habría que pedirle que explicara porqué se empezaron a crear obras de arte antes de su era del arte si carecían de un propósito (la veneración no es suficiente explicación). Hacer por hacer carece de sentido. Lo congruente, en su caso, hubiera sido negar la existencia del arte pero las evidencias resultan irrefutables. En el arte, los estilos, que son lo esencial y Danto no lo ha comprendido, no tienen otra finalidad que la manifestación de ellos mismos en sus diversas variantes. Terminada la exposición, se manifiesta un nuevo estilo. El progreso técnico, finalmente, es consustancial con el paso del tiempo, cada época posee los conocimientos de la anterior y puede mejorarlos. Donde no hay conclusiones, Danto las encuentra, y dónde se deberían buscar principios, danto ofrece interpretaciones.

Incapaz de encontrar una explicación filosófica a la definición del arte, Danto elabora una teoría historicista, es decir, nos cuenta un cuento. Las numerosas incongruencias que se producen entre su teoría y la realidad las explica como Dios le da a entender ¡Y cuelan! ¿Cómo puede hablar de un arte antes de la era del arte y del arte después del fin del arte? Pero ¿Es que cree que habla para niños? Ni mucho menos, sabe que habla para hombres racionales a quienes se puede convencer con una explicación. Se niega a reconocer que toda la historia del arte está llena de obras de arte cuya existencia posee la debida justificación. Entiende, como sabio reconocido socialmente que es, que puede aplicar la ley de los sabios: Si una teoría se contradice con la realidad, negamos la realidad.

Su teoría nos lleva a una conclusión, que la cultura solo existe o existe de forma completa desde el renacimiento y que termina o concluye su perfección en 1967. Una consecuencia más es que solo la filosofía y la ciencia configuran la cultura (o lo hacen eternamente) y una interpretación de su postura sería que Danto entiende que el arte es peligroso porque… ¡Dice la verdad! En consecuencia, destruye su valor para destruir su verdad. En su teoría, el arte queda restringido a aquellos períodos en los que Danto puede introducir su ideología.

Una exposición que no es capaz de explicar las obras realizadas durante cuarenta mil años no puede ser considerada una teoría artística, esa teoría es radicalmente falsa. La existencia del arte es un hecho irrefutable, una argumentación no puede convencer a la humanidad de que aquello que vemos y palpamos no existe o no tiene valor y que el valor está en la consideración racional que nos ofrecen los sabios.

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La teoría del arte de Danto es digna de un análisis psicológico. Danto buscaba, primero, la definición del arte, luego, una filosofía de la historia. Y lo que hace es decir que, en el período mimético, el arte era la expresión de la belleza y, en la era de los manifiestos, el arte era una expresión filosófica. Su teoría del arte no es más que la exposición de sus consideraciones en el análisis del arte. Esa exposición que hace nada tiene que ver con el arte. Cuando llega a la conclusión de que el arte alcanza un final, es Danto quien cree haber logrado el final de sus objetivos.

Por lo demás, esa afirmación respecto del arte es falsa. Lo que, en todo caso, habría llegado a un final es el período de los manifiestos y, ya que no encuentra forma de dar una explicación interesada a su continuación, decide que no hay ninguna. Si un sabio como él no la encuentra, no puede ser debido a otra cosa que a la ausencia de causa, en modo alguno, consecuencia de alguna incapacidad personal. Danto, como Greenberg, tiene un límite a lo que puede dar explicación e, incapaz de reconocerlo, niega la mayor, la existencia de un principio que genere las nuevas formas artísticas.

El mérito indiscutible de Danto ha sido el de convencer a la sociedad de que no es necesaria una definición del arte y de que una explicación bien argüida es preferible a una verdad. El progreso científico ha demostrado que hay realidades, como las de la física cuántica, que son inexplicables con la lógica del hombre empírico por lo que el hombre corriente no puede alcanzar a comprenderlas pero debe admitirlas. Solo el sabio que ha alcanzado “un nivel superior de conciencia” puede intuirlas y afirmarlas. La sociedad debe admitir las conclusiones de los sabios a quienes se ha encomendado la función pública de desarrollar el conocimiento. Y todo ello a mayor gloria de la estupidez humana.

Debemos entender que el ascenso a un nivel superior de conciencia significa la pérdida de contacto con la realidad -porque le resulta imposible de escrutar a un sabio- y su sustitución por una argumentación debidamente dirigida a una conclusión que, casualmente, coincide con sus premisas.

 

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La caja de Brillo plantea una cuestión conceptual y una paradoja -lo uno por lo otro- pero no supone una superación técnica ni su aparición nada dice de la esencia del arte y, memos, de su final. La caja puede ser un hito dentro de la modernidad pero no afecta a la historia del arte. Como bien dice la canción americana: Roll on Mississippi, roll on, a lo que también hace referencia la más conocida Old man river. Ambas expresan la idea de que, por mucho que sufra un hombre, su dolor nada significa en el desarrollo de la humanidad que continuará fluyendo a pesar de la suerte o la desgracia del individuo, ya que lo único que importa es el curso de la historia y no sus accidentes. Pero, de esto, un americano parece no saber nada. La historia del arte sigue después de la dichosa caja como existió antes de la conciencia del valor del arte en el renacimiento. Todo es un proceso y ningún sabio podrá nunca alterar el orden de las cosas, el universo tiene marcado su camino y ninguna interpretación le modificará ni modificará su esencia.

La caja de Brillo no pregunta nada. El arte se manifiesta, el arte no se cuestiona su existencia ni tiene consciencia ni es esa su labor. El siglo XX, como bien dice Greenberg, presenta los elementos de las artes, esa es su finalidad. Distinguir arte y realidad no es su misión. El arte recurre a los elementos del arte o del mundo para crear las formas más apropiadas para alcanzar sus fines. Es el sabio quien cree ver en el arte esa cuestión, porque eso es lo que el sabio busca, y encuentra en esas formas la ocasión de justificar sus opiniones y logra urdir una teoría. La caja de Brillo no es el culmen de ningún proceso porque el resto del arte del siglo XX no ha emprendido ese proceso. La teoría, lógicamente, resulta completamente incoherente e incapaz de explicar la mayor parte de las obras de arte de la humanidad. Para aparentar ser lógica llega al absurdo de negar la condición de arte a numerosas obras y lo terrible del caso es que el resto de sabios lo ha aceptado. Es cierto que, a partir de esa caja, surgen una serie de cuestiones pero todas ellas se explican con una correcta teoría del arte. No obstante ya Duchamp y Manzoni lo habían planteado y, como hemos dicho hace tiempo, ese asunto ya surgió en la prehistoria pero hablando de ideas en lugar de conceptos.

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La teoría de Danto es interesante para poner de manifiesto su éxito. Una argumentación falaz ha logrado imponerse en el mundo cultural, un mundo supuestamente lleno de sabios que no han sido capaces de poner en evidencia los defectos de esta teoría. Parece que cualquiera con un título y un cargo, si está bien respaldado, puede llenar el mundo de opiniones que se tienen por verdades.

El caso es que refutar tales teorías requiere de un conocimiento del arte que permita realizar el análisis adecuado, por somero que sea el análisis, y conlleva el riesgo de quedar fuera del juego porque el mundo de los sabios no es, como pudiera parecer, el mundo del conocimiento, es un mundo social y un juego de fuerzas —el título solo es el pase de entrada—, y cualquiera que viva en el mundo sabe que los sabios son, ante todo, seres humanos, y demasiado humanos, como lamentaba aquel.

Pero el dantismo no requiere de una teoría fundamentada para refutarle, basta con advertir la contradicción que existe entre su punto de partida y los hechos pues el arte existe desde la prehistoria: La era del arte comenzó en las cavernas. Pero el hombre moderno, racionalizado, parece haberse adentrado tanto en el mundo de la lógica que ha olvidado el mundo real. La ciencia nos ofrece el conocimiento de lo oculto y se diría que la posibilidad de confundirnos con falsas exposiciones. La fe en el progreso parece llevar al hombre a través de un camino determinado, el que nos conduce, a través de la razón, hasta la idiocia.

El  eccehomo restaurado de Borja ha tenido un gran éxito de público a pesar del fracaso de su restauración. En ese éxito ya no ha intervenido ninguna teoría artística ni la opinión de ningún sabio. Se trata de una cuestión distinta, de una cuestión de fuerza. Quien quiere ver una obra de arte va al Museo del Prado y quien admira y respeta el arte lamenta con pesar el daño causado en esa reparación porque hay obras de arte sacro realmente valiosas, tanto del románico como del gótico, que han perdido todo su valor tras una restauración defectuosa y, no queriendo que se produzcan más pérdidas culturales, desea que no se cause ningún daño al arte por pequeño que éste sea. Pero, en el tiempo actual, nos encontramos con el fenómeno, que denunciaba Ortega y Gasset, de la preeminencia de las masas y la masa lo que desea es su manifestación antes que la verdad porque en su manifestación se revela y se produce su existencia. La masa respalda todo aquello que sea signo de su propia esencia, sin necesidad de que se trate de actos propios pues la masa se reconoce y se distingue de lo opuesto y actúa en defensa de unos y en contra de otros.

En cuanto a los sabios que son capaces de conquistar multitudes nos recuerdan al flautista de Hamelín y, viendo que no se diferencian del vecino del cuarto -que tiene su mismo título- más que en el poder de su cargo, debemos procurar identificar cuanto antes al próximo que aparezca, lo cual será fácil, bastará con advertir que alguien viene a tocando la flauta.