Niños etiqueta2 | Revista Artes y Cosas

 

(A todos los niños que se sienten etiquetados, a sus familias que no entienden por qué se llega a eso y a los maestros y maestras que tratan a sus alumnos no como artículos o existencias objeto de clasificación)

 

[A Pepa Bueno]Bueno, tú tampoco eres Naomi Campbell.

(…) Es la idea de la enfermedad.

Los psicólogos, con su afán de clasificar, medir y demás, pues ya te van diciendo: pues este es superdotado, este es infradotado, pues este es no sé qué, y existen varios tipos y grados… y ahí ya… se lía el tema.

Es la idea de la enfermedad.

La sociedad lo tiene muy asimilado eso, que el Síndrome de Down es una enfermedad, cuando no es verdad. No es ninguna enfermedad. No lo es… Pues esa idea aún cala en la sociedad. Y aún cala que hay grados en el Síndrome de Down, cuando no es verdad… Otra invención de los psicólogos…

Pablo Pineda, actor y profesor, entrevistado por Pepa Bueno el 25 de abril de 2015

 

Cualquier otro ejemplo que hubiésemos puesto habría valido para el etiquetado de los niños, y el tratamiento de estos. Sin acritud, somos, sin querer, unos chapuzas, tratamos con niños y jóvenes, sin arte, y sin esmero; que esto último es lo peor, lo que no tiene excusa, porque sin esa mayor atención diligente y respeto que merece la infancia, nunca podríamos llegar al cenit de la perfección, de la naturaleza y de la educación.

Ayer volví, como otras tantas veces, a unos almacenes de ropa. Huyó de mí la observación de las gentes que, con precisión, leían las tallas reflejadas en las etiquetas que colgaban de los pantalones, camisas y ropa interior y se despertó, como de un sueño cansado, la loca de la casa, caracoleando sin término mis pensamientos. Ciertamente -podría ser una metáfora-, hay quienes, en el mismo momento de estrenar una prenda de vestir, cortan su etiqueta. No es una manía. Lo hacen simplemente “porque molesta” su roce. También es verdad que quienes lo hacen no van a lavar ni a planchar nunca la prenda en cuestión. A ellos les da igual a qué temperatura ha de lavarse y plancharse, y si se puede o no mezclarse con qué otras prendas en el lavado. Y yo pienso que las cosas están para algo. Y las etiquetas, también.

Sin embargo, trasladé, con velocidad de vértigo, esta diatriba al espacio de la infancia y de la juventud, y los colgadores, cargados algunos con hasta veinte perchas, perfectamente ordenadas con una camisa clonada veinte veces y un pantalón repetido otras tantas, revolvieron el choque entre la ficción y el razonamiento, como cuando se encuentran dos corrientes de agua, que vienen de destinos opuestos, en un estrecho; o cuando, en la mar brava, chocan estrepitosamente dos grandes olas. Fundía y confundía, en una especie de mundo ilusorio y fantástico, los percheros con un aula; lo que colgaban, con los alumnos; y las etiquetas, con las etiquetas. Hasta podía serme útil. No vi inconveniente alguno.

1198063_85215095Até en corto a la loca de la casa. Me puse algo más serio, y traté de ordenar algo mis recuerdos de maestro, las impresiones de mis experiencias y las alusiones de lo que quería expresar y expresarme contenidas en mis estudios, lecturas y conversaciones sagaces, imposibles de olvidar. Decir, y peor repetir, que un alumno o una alumna es inconstante; quejica; pueril -esta etiqueta tiene su aquel, porque un niño resulta difícil que sea senil-; amilanado -esta tiene mucha gracia, porque como para no serlo a veces; cuidadoso -a ver que se entiende con ello- y aventajado -aquí parece que ya comenzamos a aterrizar: ¿ventaja de qué?, ¿ventaja con respecto a quién?, ¿ventajista? Seguro que no, pero sí estamos hablando de una educación competitiva-; atropellado, confuso, embrollado -etiqueta unida a la anterior: con una educación colaborativa y en un aula cooperadora, el aprendizaje hace a los niños más diligentes y tranquilos, sin necesidad de atropellos, confusiones y embrollos-; distraído -sin comentarios, pero qué mejor que un niño imaginando-; negligente o vago: he visto mandar cantidad tal de deberes a niños de seis y siete años que no la tienen los de Secundaria; hablador: además de que están en la edad de hablar, a veces son habladores porque nadie les escucha; y, por ejemplo, lento: el nudo gordiano es que si se respetase el ritmo individual de cada niño, no haría etiquetar a nadie de lento, ni de veloz, ni de fernandoalonso.

Dice el eminente psiquiatra Luis Rojas Marcos, que también padeció esas injusticias en su etapa de formación: “Llegué a pensar que simplemente era un niño malo”. No nos paramos a pensar en cómo podemos determinar una fracaso o una buena autoestima o las bases para un correcto control emocional de nuestra personalidad. El talante distraído e impaciente de este profesor e investigador sevillano no contribuyó nada a tener unas relaciones normales con el sistema escolar, con el colegio. Pero tampoco este ni intentó ayudarle. Quizás porque no sabía. El doctor tenía el TDAH, Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad, que, en aquel entonces ni estaba diagnosticado porque no era conocido. Este chico ‘hiperactivo’ tenía tanta actividad que, incluso, llegó a ser director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario Municipal de Nueva York durante una década, y una serie prolija de cargos que no tienen por qué venir al caso en este artículo.

Pero, ¿por qué tenemos que etiquetar a las personas, y menos a los niños? Una educación individualizada y personalizada, de respeto a las diferencias, y diversificada, hace, sin lugar a dudas, totalmente innecesaria el etiquetado. Además de ser esta poco respetuosa, ¿qué podemos prever que harán nuestros alumnos cuando sean mayores? Evidentemente, aplicar lo que han aprendido, reproduciendo sine die una lacra y, nunca mejor dicho, una falta de educación. Conozco a un niño de ocho años que, desde Infantil, se le apartó porque se movía mucho, hablaba mucho porque quería comunicarse y llegó a ser la oveja negra, a los cinco años, de todo el colegio. Han logrado diagnosticarle y para ello le sacan a hacer no sé qué en el tiempo en que sus compañeros estudian y aprenden Matemáticas. Él no se lo quiere perder, y, a pesar de ello, en los exámenes saca de las mejores notas muy por encima de la media del curso.

Hay para más, pero se hace muy extenso. Cuánto se puede hacer en educación, y fácilmente. Muchas veces, es el propio sistema, en el que el educador está inmerso, el que le asfixia y le acogota y derriba. Nuestros niños y nuestros jóvenes son mucho más que unas etiquetas. Mejor dicho, no son etiquetas. Y depende del trato, que no del tratamiento, que tengamos con ellos, nuestra salud emocional y profesional; se dice que “en el pecado llevamos la penitencia”, pero ¿por qué ha de ser necesaria la penitencia? No estamos en ninguna cruzada ni en auto sacramental alguno. La injusta penitencia, si no cambiamos nuestro perfil, la están sufriendo los niños etiquetados.

 

Fotos Freepik

 

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Oviedo con la defensa de la tesis “La educación en la obra del Dr. D. Enrique Diego-Madrazo y Azcona”, su verdadera vocación es la de maestro, profesión en la que ha ejercido como director del C.P. Pedro Velarde -Muriedas (Cantabria)- en los tres últimos años de su actividad docente.

Publicaciones.-
“Enrique Diego-Madrazo, un precursor pedagógico relevante” (2009). Centro de Recursos, Interpretación y Estudios en materia educativa. Polanco (Cantabria).
Coordina y escribe con otros autores “Colegio Ped… seguir leyendo