Entrevista con Fernando Castro | Revista Artes y Cosas

Fernando Castro, autor de «Mierda y catástrofe» y de «Arte y política en la época de la estafa.»

 

Casi estás todavía de “gira”, presentando tu libro Mierda y catástrofe (Ed. Fórcola) y ya está en marcha el segundo tomo de Arte y Política en la época de la estafa (Ed. Sendemá). Tienes capacidades extraordinarias, parece que no duermes. Eres performer, bailaor, agitador social y político en las redes… Además de tus profesiones ortodoxas de profesor universitario o comisario de exposiciones. ¿Cómo se hace? ¿Te cansas alguna vez?

No soy, evidentemente, uno de los X-Men ni de la “liga de los hombres extraordinarios”, al contrario, pertenezco a la inmensa tropa de los “mataos”. Aunque parezca lo contrario, soy bastante perezoso y, como a mis años, me conozco tengo una rara manía: acepto toda clase de propuestas “indencentes”, algunas rarezas me las impongo demencialmente y además tengo esa perversa profesión de profesor universitario que me tiene liadísimo. De verdad, no hay nada extraordinario en mis desbarres, al contrario son acontecimientos absolutamente ordinarios, de una vulgaridad superlativa. Todo lo que hago es leer (menos de lo que me gustaría) y escribir (con más dificultades de las que querría). Desde hace tiempo decidí entregarme, principalmente, a tareas que pudieran ser enfocadas desde un punto de vista “divertido” o, por lo menos, que no me obligaran a disfrazarme, hasta el infinito y más allá, con la coraza académica.

He buscado, siguiendo a mi maestro Javier Utray, un “desapego del fruto del acto” (enseñanza que él extraía de la mística sufí) y tampoco he tenido miedo a adentrarme en las pantanosas zonas de lo ridículo o incluso de aquello que requiere una alta dosis de desvergüenza. Me he guiado, siempre y en todo lugar, por la curiosidad (soy cotilla vocacionalmente y entrometido de forma genética), no he pretendido convertirme en un especialista de nada sin dejarme llevar por la suave brisa del diletantismo. Es imposible explicar “cómo he hecho lo que he hecho” o en otros términos cómo he “perpetrado” mis actividades cuasi-delictivas. Basta ver mis últimos bailecitos (dedicados algunos de ellos a la academia de lo que llamo abueletes-cebolleta) para comprobar mis actitud desaforada o de estricto desatino.

Lo que si me gustaría precisar (a pesar de mi querencia por la imprecisión) es que no he sido nunca un performer, con todo el respeto que tengo a los obstinados ejecutantes de este extraño arte de lo obsceno o, por lo menos (en algunos momentos “heroicos”) de lo anti-escénico. Pretendí, cuando era un adolescente pre-alopécico, escribir teatro e incluso interpreté al bombero de La cantante calva (triste premonición de mi destino capilar). Pero, todo hay que decirlo, actuaba de puta pena. Llevo años en las tablas de la conferencia y puede que no sea otra cosa que una sublimación de mi impotencia como actor teatral. El performance es, lo juro, para gente dispuesta al despelote y el embadurnamiento con cualquier sustancia; mi querencia por la escatología se queda, como en tantas cosas, en la huella textual.

 

¿Qué es lo que más te agota de tu entorno sociopolítico y cultural?

Me agota, desde siempre, la burocracia. Es algo superior a mí. El papeleo me marea. Cada vez que tengo que rellenar uno de esos miles de “documentos” que la burrucracia (sic) universitaria genera y exige, me entran los sudores de la muerte. Además han ido proliferando toda clase de “agencias”, comisiones, sistemas de evaluación y filtros demenciales que favorecen la mediocridad y, sobre todo, facilitan la floración de grandes capullos que trepan hasta en las columnas de humo. No es una descripción literaria sino una mera imagen de la situación peor que casposa en la que un profesor tiene hoy que intentar realizar su trabajo. Ya no se trata de dar clases (parece que importa un carajo si son buenas, malas o, como habitualmente sucede, penosas o patéticas) ni de escribir (algo que solamente se hace para “indexar”, “repercutir”, “impactar” y conseguir unos mierdosillos euros para aumentar un salario de miseria), sino de hacer que se hace, de reunirse para hablar en jerga, plegándose a lo peor de la llamada “pedagogía”. Con la llegada de un tarugo como Wert, como todo el mundo sabe, la cosa se ha puesto peor que mal. Perdón por cebarme con mi “entorno” universitario, pero es que paso muchas más horas de las que se puedan imaginar enganchado a esta anciana institución.

Del contexto sociopolítico y cultura me agotan tantas cosas que resultaría, valga el juego fácil, agotador detallar incluso las fundamentales. Pero, para no quedarme meramente con la sugerencia de la fatiga de combate, apuntaré que me pone de los nervios el mamoneo de los mediocres, la actitud prepotente de los que están apalancados en el poder cultural, la falta de imaginación que tienen, tanto los que sostienen un discurso hipster-hiper-modernete, cuanto aquellos que van de guardianes de la ortodoxia política, verdaderos promotores del radicalismo subvencionado o del postureo presuntamente transgresor. La política cultural es, en este país, una contradicción en términos, un oxímoron perfecto.

Tal vez merezca la pena recordar aquellas bromas malignas de Borges sobre el pensamiento navarro. Con todo, no quiero entregarme a las letanías del crepúsculo, entre otras cosas porque he tenido mucha suerte y no me han faltado oportunidades para trabajar y para decir lo que me parecía oportuno. Llevo tres décadas (demasiado seguramente) escribiendo en suplementos culturales y en revistas, comisariando exposiciones y asesorando a instituciones. Soy, no me engaño, parte del problema y acaso un corcho: he flotado en medio de la mediocridad y soy un exponente idiota (en sentido etimológico) de ella. Me auto-agoto y lo tengo claro, por eso, imperceptiblemente, llevo años desplazándome a la “reserva activa”.

 

¿Qué es lo que te asquea?

Por pegarme a los “acontecimientos históricos”: me repugna la monarquía. Siento, cada vez más, asco por la casta política, me entran ganas de vomitar con el periodismo tradicional y, particularmente, con los “todólogos” que están en todos los guisos mediáticos. Hay gente como Marhuenda, Tertsch, Rojo, Inda, Isabel Sebastián y tutti quanti que ya ni siquiera me hacen gracia por su “desarreglo mental” y frikismo pre-ideológico. La ignorancia, el analfabetismo, la brutalidad que se revela apenas uno enciende el televisor, lee un periódico o escucha la radio me han llevado a navegar más de lo conveniente en la red. No es que en ese maremagno encuentre otra cosa que lo “catastrófico”, pero al menos tomo decisiones con mayor agilidad y paso de toda la porquería que anteriormente incluso me “hechizaba”. Estamos, no exagero, en un momento política y culturalmente crucial, en el que tenemos motivos para la esperanza. Lo enunciaré, por una vez, con claridad: no se puede ir a peor. Hemos caído de culo o peor y ahora podemos impulsar algo diferente que no sea vomitivo.

 

Has llegado a convencerme, primero de votar y luego de votar al grupo que defendías con vehemencia. ¿Te ves con perfil político? ¿Te lo planteas?

No tengo “perfil político” aunque he sido, durante años, militante político y ahora recobro la pasión de la militancia. Ni siquiera soy un agitador, aunque mi mente esté, con frecuencia, demasiado agitada. Participo constantemente en la política, porque es algo que no se puede dejar de hacer. Otra cosa es si podría dar el paso al campo electoral, algo que descarto, especialmente, porque mi personalidad (paradójica y desconcertante, indómito e indisciplinado) no ha suscitado nunca otra cosa que rechazo. Jamás he conseguido, con mis argumentos, otra cosa que convencer a bastante gente para hacer lo contrario de lo que defiendo. Me alegra, querida Rosa, que, como dices, mis soflamas en facebook tuvieran algo que ver con el voto que has ejercido con plena conciencia y libertad. Desde pequeño he tenido la mala costumbre de no morderme la lengua (supongo que no hace ningún bien ni a ese apéndice ni al hígado) y además la pasión política es una de las más antiguas que me agitaron y me siguen impulsando.

 

¿Crees que se puede hablar igual de claro desde dentro de un partido, o un lobby?

No solo creo que no, tengo experiencia de las dificultades que tuve para participar en la toma de decisiones políticas e incluso para opinar hace décadas en el seno de un partido que llegó a ser hegemónico y ahora es un patatal. Nunca he estado en un lobby ni siquiera en los que se generaron en el mundillo del arte. Ahí me dejo llevar por la pereza. Mi impulsividad y nerviosismo, sumado a la falta de paciencia, hacen que no frecuente lo asambleario aunque respeto profundamente a los activistas que se parten la cara en esas lides. Aunque es un topicazo, quiero recurrir a aquella broma de Groucho Marx sobre su condición de indeseable para cualquier tipo de club. Una de las pocas cosas que me gusta hacer y que acaso no haga del todo mal es escribir y me esfuerzo por mejorar cuando hablo en público. Por tanto, mi toma de partido tiene unos cauces tan parciales como el texto y el discurso. Me “movilizo” todo lo que puedo y en estos últimos años estoy más dispuesto a okupar la calle que antaño. Estoy, con mis precarias herramientas teóricas, empeñado en intervenir y pensar el arte y la política en el tiempo de la estafa global. Es ahora, en “el instante del peligro”, por emplear una frase benjaminiana, cuando las imágenes y los discursos tienen que arder en contacto con la realidad. Sigo una consigna del divino Marqués de Sade: “un esfuerzo más para ser republicanos”.

 

Rosa Criado Talavera es licenciada en Filosofía por la Universidad de Salamanca, y especializada en Filosofía de la Ciencia por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha realizado estudios en Los Ángeles, Florencia y Berlín. Ha trabajado como Responsable de Sensibilización en la ONG ACSUR/Las Segovias y como Responsable de Desarrollo de la Sección Nacional de Amnistía Internacional. Es traductora de El análisis de la Belleza de William Hogarth (Visor, Madrid, 1997). Ha comisariado diversas exposiciones de fotografía sobre El Salvador, Nicaragua o Haití, en el Círculo de Bellas Artes y … seguir leyendo