Carlos RODRÍGUEZ‐MÉNDEZ, ‘romper uma palavra e passar’ | Revista Artes y Cosas

Carlos RODRÍGUEZMÉNDEZ
romper uma palavra e passar
Galería Paula Alonso
Lope de Vega, 29.
Madrid, del13 de Noviembre de 2014 al 15 de Enero de 2015.

 

Fue nada menos que Alberto Carneiro, el gran escultor portugués, el que me regaló en Oporto la antología de Herberto Helder, Ou o poema contínuo, para taparme la boca. Como la ignorancia siempre es atrevida, yo estaba perorando que el mejor poeta portugués es, sin lugar a dudas, Fernando Pessoa. Sin entrar en discusiones, Alberto Carneiro me acompañó a una librería y me compró la antología de Helder, y me dijo, léela, y ya me dirás. Empecé a leerlo en el avión de vuelta, y quedé perturbado.

«Sobre o meu coração aínda vibram seus pés: a alta

formosura do ouro. E se acordo e me agito,

minha mão entreabre o subtil arbusto

de fogo —e eu estou imensamente vivo.»

Todavía sigo. Todavía vibran sus pies sobre mi corazón. Y más cuando veo que otro gran escultor al que sinceramente admiro, el casi portugués Rodríguez-Méndez, presenta ahora una soberbia exposición en la galería Paula Alonso de Madrid, dedicada precisamente a este poeta. Romper una palabra y pasar, se titula la exposición. ¡Qué extraño! ¡Qué duro, qué difícil me resulta acercarme a contemplar este trabajo! Supongo que tiene algo de autodestructivo, algo de una poderosa fuerza nihilista que todavía me perturba.

Desde hace años he seguido muy de cerca la trayectoria de Rodríguez-Méndez. Le conocí una noche, en que yo iba de parranda con dos chicas, Alicia Bango y su amiga Martuki, y me lo encontré, junto a un contenedor, recogiendo y apilando escombros. Su trabajo consistía aquella noche en construir una especie de muralla con todos los cascotes del contenedor, hasta que su empalizada o su construcción caía al suelo. Cuando esto sucedía, el artista recogía todos los escombros y los depositaba cuidadosamente en su recipiente. Aquello parecía un construir para destruir, o viceversa. Aquello parecía un trabajo estéril e inútil, al que sin embargo el artista se entregaba con absoluta devoción.

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Veo ahora que presenta una pieza en la galería Paula Alonso, que parece que sigue teniendo alguna de estas características. El artista interviene en el espacio de la galería construyendo un gran rombo de escayola, con dos triángulos equiláteros de dos metros de lado. Cuando la pieza está acabada, el artista graba sobre ella un diagrama geométrico, y la destruye antes de que entre nadie a ver la exposición. En la sala tan sólo se presenta una fotografía que documenta el proceso. Construir para destruir. Romper una palabra y pasar. Como la vida misma.

Rodríguez-Méndez siempre ha estado interesado en la escultura y en la irrupción de la forma en el espacio. Le he visto invadir espacios diminutos con piezas descomunales, y le he visto preocupado también por el hecho de que aquellas obras enormes pudiesen estar también en movimiento. Frente al viejo dilema de Calder, entre el móvil y el estable, Rodríguez Méndez construía grandes cilindros de tierra y turba, de cinco y de seis metros, y los hacía bailar, contratando a diversos ayudantes que ponían aquellas gigantescas piezas en movimiento. Fiel todavía a aquellas grandes piezas, vuelve a instalar ahora, en el centro de la sala, una gran obra de turba, en la que en esta ocasión puede advertirse claramente la trama y la malla de acero, con la que está construida.

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Interesado por los materiales, trabaja casi experimentalmente con cosas que al parecer nada tienen que ver con la escultura. Tierra, aceite, grasa, cabezas humanas o gallinas. Todo le ha servido en diversas ocasiones para propiciar sus reflexiones escultóricas. Ahora conjuga en esta ocasión otros dos elementos bien extraños: un arpa y agua hirviendo. Consigue que una arpista interprete su instrumento durante una hora, sobre un recipiente de agua hirviendo, hasta que el agua se enfría. El testimonio que presenta de esta acción es un vídeo de una hora de duración, sin sonido y poco visible, en el que parece que la acción misma se desvanece al mismo ritmo en que el agua se enfría. Construir para destruir, o viceversa.

En contra de lo que pudiera parecer, no es Rodríguez Méndez un artista hermético ni críptico. No le interesan demasiado ni los simbolismos ni la alquimia, ni cosas semejantes. Su trabajo tiene más que ver con la fascinación por los materiales y las formas, así como por la reacción de la obra ante el paso del tiempo. Por eso le interesan también todos los procesos de construcción y destrucción. Construir para destruir. Como la vida misma, hacemos cosas, pero no sabemos bien ni para qué, ni cómo ni por qué. Romper una palabra y pasar.

Miguel Cereceda es profesor de Estética y teoría de las artes en la Universidad Autónoma de Madrid, crítico de arte y comisario independiente de exposiciones. Ha publicado El lenguaje y el deseo, El origen de la mujer sujeto y Problemas del arte contemporáne@. Ha sido profesor invitado en la Universidad de Potsdam (Berlín).