La cultura de “hacer cola”: un repaso por su historia y algunas variantes | Revista Artes y Cosas

Ahora que tras seis meses de viaje me encuentro de vuelta en Inglaterra, vuelvo a sumergirme en algunas de sus mas características tradiciones. De entre todas las singularidades de esta tierra de gloria y esperanza, como nos cuenta la canción, destaca una costumbre, callada e inexorable, pero conocida, comentada y defendida a ultranza como uno de los pilares de la quintaesencia británica: hacer cola.

Los británicos (y los noreuropeos en general) se ven y son vistos por el mundo como el ejemplo a seguir a la hora de disponer un grupo de gente de forma ordenada, cada uno aguardando su turno. Son famosas las colas de Wimbledon, donde el té con un pedazo de tarta, las mantas a cuadros y las sillas de camping dan un colorido festivo y relajado a las tediosas horas de espera. Y es que en este país se hace cola hasta para subir al autobús municipal. Bien es cierto que Wimbledon y su cola son atracciones en sí mismas, y no es oro todo lo que reluce – de hecho, el metro de Londres en hora punta no tiene nada que ver.

Wimbledon

Wimbledon, Inglaterra

¿De dónde viene esta costumbre, tan extendida en todo el mundo?

Los orígenes de la cola no están demasiado claros, pero se piensa que están relacionados con el desarrollo urbano e industrial, con la migración del campo a la ciudad y con la profesionalización del comercio y la conversión de los puestos de los mercados en locales fijos situados en calles y avenidas urbanas. Frente a los grupos desordenados de los mercados ambulantes, la mejor manera de acceder a una o varias tiendas dispuestas en una calle estrecha y alargada sería formando una fila. Si este origen es correcto, entonces tiene sentido pensar que Inglaterra, motor de la Revolución Industrial, hubiera sido pionera en adoptar esta costumbre.

Pero lo que realmente convirtió esta costumbre en parte del carácter de muchos pueblos no fue la Revolución Industrial, sino el racionamiento que consigo trajeron las guerras y revoluciones del siglo XX.

Durante la 2ª Guerra Mundial, la propaganda británica promulgaba la necesidad de que cada uno cumpliese con su deber y esperase su turno. Fue una de las formas que encontró en gobierno británico para tratar de controlar la situación, y a la población, en un momento de gran incertidumbre. La cola se convirtió entonces en símbolo de aspectos como la decencia, el juego limpio y la democracia, siendo así como se forjó el mito de los pacientes británicos y sus ordenadas filas. De forma similar aunque con diferente resultado, las largas colas del pan y otras necesidades básicas de la antigua Unión Soviética también se hicieron muy conocidas. Igualmente funcionaron como sistemas de control de la población, llegando sin embargo a convertirse en símbolo del entumecimiento mental que provocaba la inmovilidad del sueño comunista. Por tanto, pese a que la costumbre haya perdurado entre la población, no supone hoy en día un motivo de orgullo, sino más bien al contrario.

Cola de racionamiento durante la 2ªGM, Inglaterra.

Y aunque las largas filas de la necesidad son algo del pasado, o eso quisiéramos creer, la realidad es que los hábitos culturales con los que los grandes imperios han marcado a sus ciudadanos, perduran mucho después de su caída. Acercarse a una oficina de correos en cualquier país de Europa del este es una experiencia para la que uno necesita una gran dosis de control zen y paciencia.

Eso, sin tener en cuenta la intrusión de otra de las grandes tradiciones europeas: la burocracia (del francés bureau=escritorio y el griego kratos=gobierno –> el gobierno desde el escritorio). A nadie le resulta extraño en España, Francia, Italia, Croacia o Ucrania (por citar algunos ejemplos), ver cómo tras haber pasado tus buenos tres cuartos de hora haciendo cola para recoger un impreso o echar un paquete al correo, la ventanilla se cierre de repente. Nunca sabes por qué se cierran, es un misterio para el que únicamente el lento mastodonte de la administración local tiene respuesta. Lo único que uno sabe es que, con toda seguridad, en algún momento se abrirá otra ventanilla en la esquina opuesta del edifico y volverá a encontrarse, sin saber cómo, al final de la cola.

Cola del pan, delante de una carnicería, Rusia.

Cola del pan, delante de una carnicería, Rusia.

Por suerte, para aquellos menos flemáticos que nuestros caballeros británicos, siempre hay una forma de evitar la cola. En muchos lugares del este de Europa existen “coladores” profesionales, que por un módico precio harán la cola por ti. Así, mientras la lenta fila de la oficina de correos avanza, puedes dedicar la mañana a hacer otros recados. En el sur de Europa también disponemos de esta técnica, aunque algo menos perfeccionada, pues por ahorrarnos la pequeña cantidad monetaria, simplemente le pedimos a la persona que tenemos delante que nos haga el favor y nos guarde el sitio. Esto tiene su riesgo, pues pese a haber madrugado para coger sitio en la fila y a que nuestro vecino acceda a guardárnoslo mientras hacemos otros recados, siempre existe la posibilidad que uno termine siendo duramente abucheado por la masa, al intentar recuperar su puesto original.

Otro sistema muy utilizado tanto en Rusia como en España, y supongo que en más lugares, es el de preguntar “¿Quién es el último?”. Sabiendo detrás de quién vas, no hay forma de perderse… hasta que llega alguien que no pregunta, y termina montándose la de San Quintín. Gracias a Dios, a alguien muy avispado se le ocurrió finalmente poner dispensadores de número de turno. Testados durante años en la carnicerías y pescaderías, su gran efectividad ha hecho que actualmente hayan sido implementados en la gran mayoría de los despachos administrativos, con lo que pagar un recibo, renovar el pasaporte o enviar una carta resulta algo menos tedioso, si bien no más rápido.

Pero ¿qué ocurre en aquellos lugares en los que la tecnología aún está por desarrollar sistemas de espera modernos?

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Haciendo cola en India

Por ejemplo, en India aún se siguen haciendo colas por todo, desde comprar billetes de cine o autobús, hasta pagar por servicios esenciales en bancos, tiendas y oficinas. La ubicuidad de las colas es tal, que incluso poseen un concepto denominado aaram se según el cual, uno debe tomarse las cosas tranquilamente, despacio y con calma. Es probable que el aaram se formase parte del carácter indio mucho antes que las tediosas colas, pero desde luego, su aplicación en estos casos es perfecta y, al menos para mi, bastante más interesante que el sufrido estoicismo del que se precian los británicos.

Para hacer cola en India, se tiende primero a arracimarse entorno al objeto deseado, para posteriormente terminar formando apretadas filas que serpentean por las calles y plazas. El concepto de espacio personal también difiere bastante del europeo, y apretujarse contra quien está delante de ti, mientras que el de detrás hace lo suyo contigo, es lo habitual. Algunos se sientan o esperan en cuclillas mientras se abanican a la espera de su turno; otros andan charlando, cotilleando o hablando por el móvil. El ambiente es normalmente animado y relajado, y a las mujeres con niños pequeños y a las ancianas se les suele permitir pasar antes. Uno llega a pensar que hacer la cola puede llegar a ser, para muchos, un descanso de la actividad diaria y un escape de la rutina. Y digo para muchos, porque este ambiente no es en absoluto lo que uno se encuentra esperando a embarcar en un vuelo trasatlántico lleno de indios de clase alta, acostumbrados a ser esperados y no a esperar… Mucho más impacientes que Europeos o Americanos, cualquier pequeño problema o retraso les hace resoplar y protestar con vehemencia, mientras que hacen lo posible por que un responsable de la aerolínea venga a atenderles y a disculparse en persona. En cierta manera, me recuerdan mucho a algunos mediterráneos que, considerando su tiempo más importante que el de los demás, despreciativamente suelen exclamar en voz alta aquello de “yo no hago cola por nada”, e intentan colarse a la primera de cambio.

En Filipinas la situación es totalmente diferente. No les gusta nada hacer cola. Durante la 2ªGM los japoneses obligaban a los filipinos a formar en fila para recibir las raciones de arroz, y aún hoy en día ponerse en una cola les recuerda las estrecheces de aquellos tiempos. Durante la postguerra, la escasez de agua en Manila causaba largas filas en zonas ya congestionadas de la ciudad, provocando de nuevo un sentimiento de desesperación que ha hecho que la fila (en tagalo pila) sea algo a evitar a toda costa. Por tanto, aquellos que se saltan las colas, incluso las de tráfico, son considerados individuos con arranque e iniciativa. Un transportista o taxista tendrá más éxito cuanto más macarra sea conduciendo (saltándose las colas, subiéndose por las aceras, bloqueando el tráfico aparcando en doble fila, etc.) para hacer llegar a su cliente a su destino.

Las "colas" del tráfico en Manila

Las “colas” del tráfico en Manila

De forma similar, mi experiencia en el norte de África me hace suponer que pasar de la cola es lo más habitual, instaurándose un sentimiento de “tonto el último” cuando se trata de conseguir lo que sea. No obstante, no estamos hablando de una falta de respeto, sino de una forma de entender el tiempo completamente diferente. En las culturas denominadas monocrónicas entendemos el tiempo y el desarrollo de los acontecimientos de una forma lineal, y tendemos a realizar una cosa detrás de otra. Sin embargo, en las culturas policrónicas, como la de Marruecos, prevalece un modelo en el que muchas actividades son desarrolladas al mismo tiempo, por lo que no es raro ver cómo en la ventanilla de un banco se atiende a cuatro o cinco clientes a la vez, sin importar quién llegó allí primero.

Algunos ejemplos llamativos

Probablemente, los lugares que más me hayan sorprendido por sus costumbres en cuanto a las colas sean Tailandia y Japón, por razones completamente diferentes. En Tailandia parecen haber sabido combinar la practicidad soviética con el aaram se indio. La cola se forma poniendo las chanclas del personal en fila, mientras sus dueños esperan pacientemente su turno leyendo sentados, charlando o pasando el rato de la mejor manera posible. Japón, por otra parte, le dio una lección al resto del mundo cuando vimos la calma y el respeto con que la gente guardaba su sitio en las colas de suministros de comida y gasolina, tras el desastre de Fukushima en 2011.

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De hecho, fueron estas dos imágenes, una mostrando la fila para conseguir gasolina en Japón y otra titulada “cola: nivel Tailandia” -que se hizo viral hace un par de años-, las que me despertaron la curiosidad por averiguar sobre este tema en diversas partes del mundo.

Cola en Fukusima, para reparto de gasolina

Cola en Fukusima, para reparto de gasolina

La fila como símbolo de estatus

Posiblemente, el giro más extraño y llamativo que se haya producido en la cultura de hacer cola, sea el de esperar por algo como símbolo de estatus. Me sorprende mucho ver cómo la gente alaba un determinado restaurante diciendo que “siempre hay cola”. Las filas, en vez de perjudicar la popularidad de un establecimiento, lo hacen aún más atractivo para aquellos que se precian de estar a la vanguardia “fashionística” y cultural.

El mes pasado nos ocurrió algo así. Estábamos en Berlín y pensamos en ir a picar algo para cenar. Habíamos oído hablar de un local de kebabs que parecía muy popular, y decidimos acercarnos a probar. Cuando llegamos, a eso de las 10 de la noche, había una cola que juzgamos como de varias horas, por lo que nos fuimos a un bar cercano a tomar una cerveza con la esperanza de que, en un rato, la cola se hubiera reducido. Al cabo de unas cuantas cervezas ya estábamos bastante hambrientos y volvimos a acercarnos al local, para encontrarnos con que la cola apenas se había movido. Para aquellos en la cola, la espera hacía la experiencia mucho más especial y única, pero nosotros finalmente decidimos comernos un curry-wurst con patatas en el local de enfrente, que nos supo a gloria.

Gemuse Kebab, considerado el mejor kebab de Berlín

Mustafa’s Gemüse Kebab, considerado el mejor kebab de Berlín, con su cola habitual

Especialista en Historia del Arte español y profesora de Historia del Arte y Estudios Hispánicos. Me interesa la investigación histórico-artística, la literatura de viajes y la antropología social y cultural, y disfruto combinando mi trabajo en el ámbito académico con el divulgativo, en el que escribo habitualmente sobre arte, viajes y culturas, como forma de conocer y reflexionar sobre el mundo que nos rodea. Mi tiempo lo dedico a viajar, leer, practicar la fotografía y a escribir en mi blog personal Leyendo el Mundo con los Pies (www.leyendoelmundo.com), donde podéis encontrar much… seguir leyendo